Anoche caminamos todo Ellauri con Astor y con G.; se supone que íbamos a mostrarle dónde vivíamos antes. “Primero vivía mamá sola allí…”, dijo G. “¡Ato!”, contestó sonriendo el otro. “Bueno, sí: Astor estaba pero no se veía”.

Ibamos llegando a mi famoso edificio, a la casa donde más tiempo viví en mi vida (13 años), a la única estable del traqueteo de mudanzas, ciudades, estadías, exilios, cambios; a “la taquicardia, el ritmo binario de caminar por la calle Ellauri“, al decir de D. (inevitable fue recordarlo, por lo mismo); y ahí lo vi de pronto.

Edificio Sansueña.

A pocos metros de la casa de mi juventud, casi casi el edificio de enfrente. Qué ironía.

Y ahora para colmos sé (tarde) que Sansueña es, además, un pueblo español, no una geografía exclusivamente darnauchaniana. O sea que ni siquiera derechos de autor le podrán exigir al constructor o al dueño, pero las circunstancias de la pérdida del trovador les vendrá al pelo para vender lofts y garages con tufo a posteridad.

En la carta, D. me mandaba, entre otras cosas, “un ramito de Jazmín, una botella de 1/2 y 1/2, un vintén verdinoso, un relojero, tres flores de Lis, y un boleto con destino a Sansueña.com.uy”