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A mi amiga F. (digo “mi amiga”, por más que nos vimos una sola vez en la vida, en 2003, y ella vive en Francia, pero fue de las personas que estuvieron rodeando a Levrero en el momento de su muerte -me refiero al momento– y una referencia de esa tribu siempre, además de talentosa) se le rompió el tapón de la bañera: por un hilo virtual, empezó con un post y otro sobre nuestro amigo querido, y hoy de mañana, en pijama, se leyó este blog entero entre croissants y lágrimas, al punto de que no había quién la consolara, o el que podría haberla consolado estaba muerto. Y me contó cosas preciosas: de un sueño (antes de que lo perdiéramos) en que Levrero aparecía con su nueva novia, una chica alta y flaquísima, casi anoréxica, vestida de negro; me contó de aquellos últimos instantes que Chl también me había contado, pero nadie me había narrado con todas las letras el momento en que el corazón de Levrero hizo “piiiiiii” y su alma dejó visiblemente el cuerpo. F. ha venido cargando con toda esta tristeza sin saber a quién contársela, así que yo se la cuento aquí a ella.

Lo que pasa es que mi amiga F. no hizo el altarcito de muertos en 2004, como yo (horrible, a los tumbos, nada que ver con lo que hubiera querido hacerle a él, de las cinco personas que más quería en el mundo y la única que me guiaba por un laberinto en el que me dejó sola olímpicamente). Levrero murió cuando Astor tenía dos semanas apenas; entre eso, mi gravísima depresión posparto y la operación del bebé antes de que cumpliera un mes, mis fuerzas vitales eran similares a las de un disnéico tratando de soplar y apagar una antorcha olímpica. Estábamos en México y se acercaba el 2 de noviembre; mi madre, viéndola venir, me dijo: “¡Ni se te ocurra ponerte a hacer un altar de muertos!”. Pero hacía sólo dos meses que Levrero se había ido con la novia anoréxica, y yo simplemente no podía. No quedaría el año 2004, el antes y después de mi vida (en el sentido de la vida, en el sentido de la muerte) sin que yo le prendiera una vela a mi maestro, hermano, amigo del alma. Y bueno, no será un homenaje con suelta de palomas y notas de prensa, pero le puse toda la carga simbólica de la que fui capaz. Y traté de dejar mi estupefacción y enojo a un lado. Y ahí está, en algún rincón de mi psiquis, junto a este blog.

Mi amiga F. tiene que hacerle el altar de muertos este año. O este 30 de agosto, tres años después.