Yo, como tantas niñas, tuve un diario de cuero color vino, repujado, con una maravillosa llavecita dorada. En mi caso particular, seguí escribiendo toda la vida y necesitando llavecitas doradas a cada paso, seguramente por una gran fragilidad de identidad que se siente amenazada por cosas que a los demás les parecen sólo opiniones ajenas. Yo no, yo necesito esconder una parte de mi alma, de lo contrario corro el riesgo de ser devorada. Lo del color vino fue circunstancial nada más, no creo que haya tenido mayor influencia en mis posteriores hábitos o placeres.

Ahora bien: ¡pobres hombres! No sé por qué, los adultos casi siempre les regalan estas cosas a las niñas; rara vez a los varones. Con esa exclusión, dan a entender que la introspección es, al final de cuentas, una característica ligada al sexo femenino, quizás incompatible con la tradicional acción del sexo masculino. Resulta que si un hombre no sufrió alguna enfermedad importante durante su infancia, seguro que tuvo pocas oportunidades de parar el mundo y reflexionar sobre sí mismo. Yo abogaría por el derecho universal a la llavecita dorada; es demasiado importante como para que quede sólo en manos de niñas presumidas…