Siguiendo con el asunto de los textos con hiperlinks internos, esos experimentos que hacíamos con Levrero en 1996 (fascinados con el descubrimiento de las posibilidades expresivas del Word), encontré este texto mío que fue escrito con dichos fines exclusivamente: llenarlo de vínculos que llevaban la lectura en forma opcional de un concepto a otro, dotándola de significados subjetivos (míos, por supuesto). Lo chistoso es que si bien apareció el texto –que recuerdo perfectamente–, en esta versión no conserva ningún enlace; ni siquiera están marcadas las palabras que servían de tobogán entre significados.

Se ve que en algún momento me pareció pueril y desprolijo aquel secreto vicio de los hiperlinks textuales y los borré, sin darme cuenta que quizás eran la única gracia del texto mismo.

índice uno

1.
Puse las manzanas al fuego hace unos veinte minutos. La idea es hacer compota, una compota tan buena, tan suave y dulce pero sin que resulte en ningún momento empalagosa, que hasta la propia idea de la lluvia llegue a ser un reflejo intermitente de aquellas bromas ocultas del verano.

2.
Es cierto, no obstante, que mi delicioso preparado puede convertirse por descuido en un mugriento y pegajoso cochambre, como el que se utiliza para desesperanzar a las amas de casa en los comerciales de detergente. “Y después de una gran comilona familiar, a fregar los platos….” Pero mi idea es vigilar, vigilar bien de cerca el destino honorable de mi compota de manzanas.

3.
Ahora bien: tampoco quiero que el asunto éste se me convierta en una obsesión paralizante. Es mi primer día libre y lo que más quiero es escribir y disfrutar la lluvia detrás de la confortable cobardía vieja de mi ventana. Desde la habitación, puedo oler cómo las manzanas se van transformando en una pasta sutil, acaramelada, con sospechas de canela. “Pero es tan tenue la distancia que separa a lo dulce de lo pegajoso …”, pienso, consternada. Dejo de escribir y me levanto rumbo a la cocina. Tengo que ver, tengo que supervisar con mis propios ojos lo que está sucediendo en el fondo de mi cacerola.

4.
Fue un momento de maravillosa emoción. Ví a las manzanas, tan rojas otrora, tan perfumadas y jóvenes, convertidas en una entregada y envejecida pera al horno. Eran frutas en almibar, eran dátiles gigantes, eran pasas de uva hinchadas y turgentes ; eran cualquier cosa, excepto manzanas. “Con que esto era la famosa compota, eh…”, recriminé al mundo para mis adentros.

5.
¿Cómo es posible que las manzanas hayan disparado las fantasías árabes más eróticas , con sus bellas musulmanas comiéndolas de a trocitos para mantener los dientes más blancos que la luna? ¿Es que la historia entera de la humanidad se ha determinado por el mordisco de una manzana tentadora y tenaz? ¿Cómo se envenenaron las princesas por descuido, cuándo fueron las manzanas doradas como el sol? ¿Cómo fue que perdió una carrera la atleta más veloz del mundo antiguo casándose en premio pese a su disgusto, y todo a causa del fulgor de las manzanas? ¿Serán tan perfectas como lo dicen las fábulas, tan rojas, tan perfumadas y embriagantes?

6.
Al menos en su versión compota, la manzana es sólo la piel marchita de una viejecita llena de recuerdos . Quién sabe qué misterios guarde bajo su piel de parafina escarlata, pero eso ya no es asunto de las compotas de manzana.