Estoy en el wi fi del shopping, un wi fi medio lamentable pues no me permite bajar el correo, únicamente usar el navegador (por otra parte, es un método bárbaro para concentrarse en responder un aluvión de pedidos de informes sobre los talleres). Desde la vidriera de Mosca me mira un gigantesco Hulk, con las manos extendidas como queriendo agarrar no sé qué tesoros o pescuezos, el cuerpo enorme y musculoso, los pantalones cortos, la rabia verde desde el rostro. Y me parece, una vez más, una broma de Levrero, esa broma que continuamente iba y venía entre nosotros desde que nos asociamos con el taller virtual: yo era, según él, un Hulk, una especie de as del marketing, frontal, bestia, ambiciosa, práctica… en realidad no sé como describir la esencia hulkiana según Levrero, pero entiendo a qué se refería y me parecía risible! ¿Yo, temerosa de hacer una llamada telefónica, incluso a mis familiares y amigos? ¿Yo, insegura, nunca preparada? ¿Yo Hulk? ¿Qué extraño poder me veía, qué brutalidad comercial arrolladora? Claro, entre ambos yo era, seguramente, la que menos espacio tenía entre molécula y molécula, la más sensata, la que pensaba en que también era importante generar ingresos, la que ponía reglas, acuerdos y rajatablas. Con el tiempo, él tuvo algo de razón; por lo menos, es evidente que ahora me sé revolver bien con esto de la promoción de los talleres y que he sabido poner bien claras mis prioridades, mis energías disponibles, mis límites.
Él, en cambio, para mí era Gasparín, Ghosty, el fantasma amigable. Cuando empezaba con su dialéctica de Hulk, “esa bestia se apodera de vos y perdés tu sabiduría!”, etc etc, generalmente yo lo despreciaba –y se lo decía, claro– como a un vil Gasparín, algodonoso y etéreo, lindo para vivir en el mundo de lo invisible pero no en esta tierra, donde hay que pagar cuentas, ir al supermercado, sufrir por la complicidad negada de la Divina Providencia (en la que él creía). Y así nos dábamos por la cabeza en nuestros asuntos comerciales: Hulk vs Gasparín, Gasparín vs Hulk, cada uno usando sus armas opuestas para convencer al otro. Después nos aceptamos; en el fondo, ambos teníamos razón. Pero si yo desarrollé facetas Hulk, creo que fue por tener un socio tan despegado de lo mundano: ¿quién iba a hacer el trabajo sucio para ganar nuestro bien merecido dinero, entonces?
Tuve el enorme gusto y el honor de que la Providencia, por mi intermedio, le pagara cuantiosas factura de UTE. ¿Qué más quiero que haber hecho lo que pude por Gasparín, que no se llevaba bien con la materia?
Y yo tampoco: yo me llevaba horrible con el mundo real, el mundo de los adultos, el mundo de las decisiones sensatas. Claro, desde sus ojitos blancos de fantasma, me volvía una bestia verde queriéndose llevar el mundo por delante. Qué iluso.Y ahora me acosa desde la vidriera con los recuerdos, como si no tuviera bastante.
Espero que tampoco me demanden por esta.