Mi padre siempre dijo que Uruguay es un país de sobrevivientes (él, desde la prudente trinchera aquella de llevar 36 años fuera). Claro, tenemos viento polar, cambios de clima radicales de una hora para otra, las amarguras locales del carácter quejoso al cuete (porque hay formas de quejarse para lograr algo), la racionalidad paralizante, dictadura, crisis, en fin (en los setentas, mis tíos iban nombrando a los potrillos que nacían en la estancia con esos nombres tan ilustrativos: primero “Crisis”, cuando se casaron; luego “Victoria” en aquellas elecciones que no fueron, y al final, aquella potranca inmunda que pateaba, “Dictadura”, que luego debieron renombrar “Tierrita” para evitarse problemas). Pero en la lista interminable de aquellos elementos adversos que como uruguayos debemos enfrentar y superar para escribir nuestra gesta heroica de cada día, en primavera cada año se nos viene arriba una tradición que remarca la crueldad y sin sentido de la flora: los plátanos.

Árboles malévolos que, en su proceso de reproducción primaveral, nos agreden con irritantes pelusas; “pelotitas” que se desgranan y vuelan en todas direcciones (por ejemplos, los ojos y los bronquios de la gente): ¿a quién se le ocurre plantar esas especies alienígenas en un lugar poblado, condenándonos a sufrir sus agresiones cada año? Ah, pero dan sombra en verano y sus ramas se despejan en invierno para dejar pasar más luz… La cantidad de pelusa acumulada se junta por bolsas, llega a los tobillos en las zonas más arboladas del Montevideo típico e incluso ingresa a las casas de los excéntricos que, como yo, tienen claraboya. Es una auténtica plaga de la que no se puede escapar. Creo que la persona que decretó esta irreversible maldición sobre la ciudad (porque ni modo que los talemos ahora, árboles centenarios) no debería haber sido sepultada, como Polínices (el nombre suena a polen, precisamente), de modo que su alma quedara para siempre vagando a las orillas de la laguna Estigia.
Le comenté a Guzmán por SMS:

“¿Dónde estará enterrado el que plantó plátanos en Montevideo?”

A lo que él contestó, muy poético:

“No está enterrado, vuela en el aire”.

Me encantó la respuesta. Aproveché para mandarle la misma pregunta a una amiga, a modo de queja. Ella me dijo, a su vez:

“¿Para mearle la tumba? Ja ja”.

Como me divirtió la idea de empezar una protesta colectiva por SMS, mandé la misma pregunta a varios de mis amigos, principalmente a los alérgicos y extranjeros (dícese de aquellos que han residido en ciudades civilizadas, entendiéndose tales sitios por toda aglomeración urbana donde no se martiriza a la población con la especie conocida como “plátanos”). Estas son algunas de las respuestas que coseché:

¿Dónde estará enterrado el que plantó plátanos en Montevideo?

Si no, lo matamos ¿ta?

El de los plátanos se llamaba Carlos María Reyes. Pero no encontré la tumba!

Espero que debajo de una montaña de pelusa. Achis!!!

Ni lo digas, estoy en cama con ataque de asma x alergia.

Sí, flores no le vamos a poner ¿no?

Si supiera, iba a revolverle el polvo que ahora es…

Lo buscamos, amiga!

JUAT? Ah, pensé en las bananas… Yo siempre con la ideé fixé…

Ver más sobre el urticante tema:
La pelusa en boca (y ojos) de todos
Diario El País, 7/10/08