1.
El equipaje es pesado. Más de lo que parece, pero sonrío. Lo alzo por encima de mi cabeza, lo coloco en el compartimiento superior. Me siento una amazona. Nunca seré la sirena en apuros, la damisela en flor, Marilyn mirando a su alrededor para ver si algún hombre se apresta a socorrerla. Yo no: yo alzo cualquier equipaje sin una mueca de esfuerzo siquiera, aunque los músculos se me desgarren. El equipaje mío e incluso el ajeno.
2.
Por más que hago, no puedo encontrar el aliento inicial, el instinto, el rugido de la especie, el latido primitivo que me lleve hasta un lugar casi animal, salvaje. Soy un monumento a las proezas del hombre culto, una pieza del salón de té, una ceja que se alza, suspicaz.
3.
Afuera, en la calle, todos van y vienen a su antojo. Saco una foto desde el cuarto de adelante, a ver si logro captar algo al paso, alguna señal de la misteriosa libertad ajena. De esa resbaladiza posibilidad de la soberanía.
En la foto, el contraluz delata mi escena interna: la habitación permanece a oscuras, pero desde la calle entra la luz. Interpuestas entre ambos ambientes, las rejas de mi ventana.
4.
Hubiera querido un escritorio antiguo de roble, con una tapa redondeada que ocultara mis secretos. Con cajoncitos mínimos y variados, con plumas de todos los colores invitándome a escribir. Con una lámpara de detective acompañándome en las noches hasta que tironee la cadenita del insomnio. Hubiera querido ese escritorio, a desk of one´s own. Quizás aún esté a tiempo de conseguirlo. Por qué no.
5.
Busco la excusa, pero no existe. No la que serviría para algo, para convencerlo, para lograr que me suelte. “Be free”, me dijo alguien. Pero eso no es posible sin lograr que a uno lo suelten. “Please, let me be free”, le ruego. Pero no: eso no sirve. Las excusas tampoco.
6.
Era hermoso el Ipiranga, anaranjado, de crines negras, de músculos marcados. Galopaba como a mí me gusta, es decir, exactamente como galopa el Ipiranga. Las venas se le saltaban por el esfuerzo y entonces más hermoso lo encontraba, más animal, más encendido. Me hubiera gustado abrazarme a su cuello, acariciarle la frente. Creo que jamás lo hice: todavía no entendía la oportunidad efímera que propone el deseo. La condena de luego verse obligado a revisar para atrás.
No era un caballo manso, pero se dejaba llevar. Caballo noble.
Sin embargo, uno tenía que saber de antemano que si una bolsa de plástico era por azar traída por el viento probablemente el Ipiranga terminaría desbocándose.
7.
Podrías verme”, dijo la niña.
8.
La catedral de México es gris, como las tardes lluviosas en que me atrincheraba en mi cuarto de adolescente. Sus capillas están llenas de tributos adoradores; igual estaban, entonces, las mías.
La luz apenas corta el silencio solemne del recogimiento oscuro. Se escucha un eco en sus pasillos desiertos, quizás el júbilo de un niño. Yo era igual de joven.
Extraño a Manolo y su legión de ángeles suicidas.
Lady Godiva y su caballo |
Preciosas perlitas, gracias por compartir.
Como digo siempre, desde que tengo uso de razón escribir es mi razón de vivir y algún párrafo merece la pena, pero aprendí a escribir otra vez en el taller de Onetto.
Es jugando como se escribe en serio. Olvidándose de contar la historia como se llega a ella. Lo mejor, siempre se encuentra sin buscar. Las perlitas son bellas en sí mismas o el hilván de la bufanda de Penélope.
Grande, Onetto.
¡Eso! celebro tan prolífico y motivador regreso. Bueno, no me consta la ausencia de posteo, que será confirmada en cuanto me fije en la fecha del anterior, pero sí la falta de lectura x mi parte. "Que no es lo mismo pero es igual."