Estoy empezando a incubar una sospecha sagaz: por estos lares, entre el lunes y hoy nos acercamos de golpe a una frontera cíclica para tener en cuenta. Varias señales delatan inequívocamente la transición ritual a la que nos enfrentamos. No hay más remedio, aquí vamos de nuevo:
1. En casa encargamos dos toneladas de leña y la estufa empezó a acompañar con su noble fuego desde el centro del patio con claraboya
2. Compramos garrafa para que mis alumnos del taller no se acobardaran y estuvieran contentos durante nuestro segundo encuentro: fue cálido en los tres grupos, por suerte (en todo sentido, digo)
3. La caldera sonó por las noches, no para preparar habituales mates y tés, sino para -oh, vergüenza, ya en abril!- llenar mi ahora desempolvada bolsa de agua caliente. Qué felicidad, hasta octubre no paro!
4. Guardé la ropa estival en una caja que la ropa abrigada le dejó libre.
5. Reaparecieron las camisetas para mí y para Astor (mi abuelo Tito era un fanático, las usaba gran parte del año hiciera frío o calor para evitar los cambios bruscos de temperatura a los que nos tiene acostumbrados este país: noche del lunes, 3 grados, pronóstico para el jueves, 26).
En la escuela nos enseñan que cada estación dura tres meses, así que el invierno estaría empezando por el 21 de junio… si eso fuera cierto. En Uruguay en verdad dura seis meses, pero digamos que su comienzo y su fin es más leve que ese gélido epicentro trimestral. Bueno, lo publico aquí: alerta, alerta, el invierno está empezando. Se ve venir, amenaza, resfría, enfría. Pero por ahora con sol ¿qué más puede pedirse? Es un cambio de óptica solamente, un reajuste emocional: lo climático es sólo un detalle colateral sin importancia. Mi amiga P. decía que a ella le hubiera gustado conocer las playas en invierno, que en México -con su verano eterno en las costas, a nivel del mar- era difícil imaginarse a Dashiel Hammett ensimismado caminando contra el viento, bien abrigado, con el mar rugiente al lado.
Tiene su encanto. Sí, tiene su encanto, seguramente tiene su encanto (hacer planas cada mañana, al despertar y tener que salir de la cama al gélido patio de una casa centenaria).
Y bueno, es lo bueno de los ciclos: finalmente, podemos contar con ellos. Pronto podré decir con propiedad, otra vez, como cada año hace tres años: “Montevideo, casi la Antártida“.
Ver “La marcha de los pingüinos“, en cómica versión 30 segundos de Angry Alien Productions
La bolsa! yo me la llevé a Monterrey, por aquello de que soy friolenta y allá así como hace calor también hace frío, pero la verdad la habré usado 2 o 3 noches.
Hace poco estaba ordenando cosas y la encontré, se rompió de no usarla la pobre.
Y si, esto del cambio climático está grosso…No sé, el invierno es de esas cosas que me achica cuando pienso en regresar.
Un abrazo.