Una vez, cuando era niña, leí una de esas revistas de Susy, secretos del corazón. Bah, las debo haber leído muchas veces, aunque no me afectó tanto como pudo haberlo hecho, considerando mis retorcidos caminos amorosos posteriores. Nada de bodas y príncipes azules, pero no voy a negar que espiar en esas revistitas me hacía latir el corazón con el sabor de lo prohibido. También leía Satanik sin permiso, pero esa es otra historia.
Me acordé hoy, precisamente, porque una de las viñetas de Susy, secretos del corazón quedó grabada a fuego en mi alma para siempre (considerando que leo desde los tiernos tres años, aunque obviamente no empecé por dichos pasquines, puede decirse que “para siempre” es, en mi caso, una punta asombrosa de años). Fue como una revelación, o mejor dicho, una aspiración secreta que desde entonces cultivo. Una pareja entraba a una habitación oscura en la que dormía una joven rubia; no recuerdo qué cosa terrible le habría pasado -posiblemente el plantón de algún novio, porque en esa revista siempre se trataba de eso- pero estaba pasando por un momento muy duro. Se acercaban a ella sigilosamente, y entonces la mujer le decía a su compañero aquellas palabras mágicas:
Toda la vida he deseado perversamente que alguien, mi padre, mi madre, mis novios, mis amigos, mi único hermano, anhelado que alguien se acercara calladito hasta mi lecho de dolor -por llamarlo de alguna manera rimbombante, propia de una amiga de Susy como yo- y tocara mi almohada, mientras yo dormía, buscando rastros de mis lágrimas. Que observara las señales, que supusiera, que me siguiera los pasos para desenmarañar mis tristezas. Pero como eso nunca ha ocurrido, no tengo más remedio que llorar bien visiblemente cuando lo hago, a mares y fúrica-y ahí se pierde el encanto de la sutileza y la preocupación ajena- o inundar mis almohadas durante los insomnios solitarios sin la menor intervención del mundo externo. Y ocultarme, claro, y ocultarme. Pero es que no tiene gracia sembrar pistas si nadie va a ocuparse en descifrarlas.
¿Tendrían acaso llave de la casa de esa muchacha para poder entrar así mientras ella dormía? ¿Estaría tan dopada para bancar su dolor que ni siquiera los escuchó? ¿O se haría la dormida únicamente para escuchar la frase bálsamo del amor ajeno?
¿Y, por cierto, quién anda por el mundo tocando almohadas?
¿Y por qué le sorprendería tanto a la detectivesca pareja que esa u otra persona hubiera llorado, como si se tratara de una enfermedad eruptiva? ¿Es que no llora la gente en el mundo normal? ¿Lo verán como tener fiebre, un estado semi inconsciente en el que uno precisa que otros se ocupen de cuidarlo y le traigan la sopita?
Todo esto debe ser parte de los secretos del corazón que no entendí del todo por mi corta edad. Busqué la frase maravillosa en internet y di con mil situaciones problemáticas que escribían otros, pero no con la “escena primaria” a la que me arrojó Susy.
Es como si viera todavía el estático dibujo característico y el globito con el texto…