Esta noche fui al concierto de Shyra Panzardo, bajista del Darno, además de cantante con hermoso timbre y garra. Presentaba su disco, Cuento de hadas, que es un compilado de canciones propias como compositora. Fue en la Sala Zitarrosa, que para mí es muy especial (aunque más con recuerdos de Divercine y obras de teatro para niños, debo confesar, pero igual me llega). Tiene la mística de aquellos enormes cines y ese particularísimo, mágico momento -ese por el que seguir vivo siempre vale la pena- cuando las luces se apagan y uno, en lo oscuro, queda en la soledad más absoluta, si bien en la felicidad del eco silencioso con otros seres humanos, y luego simplemente se entrega.

El asunto se vio reforzado, además, porque fui sola. Un sábado de noche. Lujos que una solitaria nunca del todo domesticada puede darse en la mediana edad, con sus necesarios y tranquilizadores low profiles: antes, semejante osadía me hubiera costado litros de repelente para espantar insectos y nunca me hubiera podido concentrar del todo en lo mío. En mi juventud, solía recluirme los sábados de noche en el apartamento. Era una internación voluntaria que hacía con todo gusto, a fin de recargarme las pilas con baños de burbujas, música, vino y lecturas. Andar por la calle en mis actividades habituales (cine, cafés, bares, caminatas) me hacía sentir un bicho raro, por un lado, una sola en un mundo donde todos iban de a dos, y por otro me enfrentaba a la suposición ajena de que, si estaba sola un sábado de noche, era que estaba buscando compañía. Con los espontáneos candidatos podía llenar un cartón de bingo o lotería cada noche. Por eso, eran las siete de la tarde y yo rajaba para el refugio de mi casa.

Pero ahora no. Ahora puedo permitirme ir sola al concierto y disfrutarlo. No es que no me guste ir con otra gente: cuando surge, me encanta, tiene lo suyo. Pero ir solo también plantea sus ventajas, como no privarse de sentir sin la menor autocensura. Yo lloré a mis anchas con una canción en la que identifiqué al Darno, más aún luego de la llamada de atención de Shyra sobre una chalina atada en el pedestal del micrófono (me pregunto cuántas personas tendremos chalinas del Darno: sería genial averiguarlo, o hacer una exposición con ellas, tan características). Seguramente, con alguien al lado también se me hubiera caído alguna lágrima, pero me hubiera sentido en la obligación de justificar lo que me pasaba, y al tratarse tan sólo de una irracional intuición que se me imponía involuntariamente al escuchar el canto, me vería en aprietos; luego, en el disco de Shyra -que por supuesto compré- corroboré que la canción estaba dedicada, efectivamente, a Eduardo, tal como yo había presentido. Eso de “Cuando vuelvas a nacer… ¿qué serás? ¿Quién serás?” me acicateó todas las nostalgias, me confirmó el enorme buraco de su ausencia, y me dijo una vez más que dicha ausencia, al menos la de aquel que yo conocí, es para siempre, irreversible. Sí, volverá a nacer, quizás, pero entonces ya no será el trovador enamorado, el discreto amor platónico, el juglar caído, el ángel irredento con voz de cielo. Será un niño alegre en una plaza, o una planta con caracoles, será una baldosa montevideana que nos salpique los zapatos cuando llueva, o quizás termine siendo una moneda tirada en el fondo de una fuente para pedir un deseo.

Shyra es fantástica. Es muy mujer, pero mujer oscura, y eso me gusta. Ojalá viviera en un país con más industria, un mundo de managers, road managers, stage managers, personal assistants, groupies, firmas de autógrafos en Mix Up, guardaespaldas y masajistas: seguro encontraría un nicho donde mostrar lo que hace y recibir lo que merece. Por otro lado, tengo la obtusa teoría de que surge tanta creatividad y calidad en Uruguay precisamente por esa falta de horizonte profesional, en el mal sentido de la palabra. Si uno realmente no puede hacer una “carrera” ni tiene una industria a la que plegarse para poder aprovechar sus beneficios, entonces su obra tiende a regirse por la autenticidad. La única piedra en el zapato serán los critiquillos de Brecha y la poca fe de muchos compatriotas, pero el camino interno está abierto, libre de tentaciones. A Shyra Panzardo le faltó únicamente entregar personalmente los programas a la entrada, es cierto. Pero lo que vimos en escena fue ella misma, lo que ella tiene para dar.

Por algún extraño motivo (o será que es un motivo muy uruguayo), insistía en pedir que subieran el volumen a los instrumentos de la banda. Y no se daba cuenta, quizás, de que lo que uno quiere realmente es escucharla a ella, sus letras, su voz. De todos modos, no niego que esa fuerza masculina que venía de los otros músicos apuntalaba de un modo muy especial sus estocadas y pociones venenosas de mujer. Era como si a ellos también los hubiera embrujado, como si los hubiera hecho creer que aquel hombre itinerante de sus canciones se merecía el maleficio, y entonces ellos la ayudaban a prender el caldero para cocinarlo.

Algo que me gustó mucho (y me dejó preguntas para hacerme) es esa asociación íntima, esa validación que hace de sus aspectos sombríos. Shyra -que, a pesar de sus cuentos, de hada no tiene nada, salvo que pensemos en la dual Fata Morgana- no sostiene y convalida la neurosis, la división en la que muchas mujeres hemos aceptado vivir: “Siento esto, por tanto debo ser una chica mala”. Al menos desde sus canciones, ella se acepta y se promulga a los cuatro vientos usando la vía de segundas personas, interlocutores amorosos, a quienes les deja las cosas bien claras.

No puedo ser ni tu reina ni tu esclava/
ni el perfume de tu almohada

Yo quiero sentir tu olor/
pero no quiero tu amor

El cuento de hadas no es para mí

La princesa es de otro cuento

Incluso va más allá: no sólo es transparente respecto a sus facetas sombrías, sino que tiene sed de la sombra del otro. Parece  como si no fuera a convencerse de que la verdadera persona está frente a sí hasta que su lado salvaje termine de emerger.

Dame tu parte criminal/
dame tu parte más amarga

Chapeau, mi querida Shyra, herencia a destiempo que me legó el Darno. A mí, mis oscuridades siempre me han jugado malas pasadas, básicamente por sentirme culpable de percibirlas, por constatar una y otra vez que no se corresponden con lo que el mundo espera de una persona normal, muy especialmente de una mujer.

Fue como ir a ver a Dolores O´Riordan, Amy Mac Donald y Annie Lennox, all in one. Por cierto que un improvisado “bis” mucho rato después del final del concierto, con la sala ya medio vacía, tuvo su que ver: un viejo tema de Eurythmics, podado de su tufo ochentero, en versión rock salado más propio de Patti Smith. No hay nada como un buen cover en buenas manos. Yo soy de esa gente que se queda hasta que terminan de pasar los créditos al final de la película: siempre temo que haya una vueltita de tuerca final.

¡Y todavía después me doy el lujo de tomar sola una copa de vino en un bar, escribir todo esto, y que nadie me dé bola más que para pedirme el diario!

“Middle age rules”.

Sitio web de Shyra Panzardo: http://www.shyra.com

Escucharla en My Space: http://www.myspace.com/shyrapanzardo

Un “cuento de hadas” de carácter para la Zitarrosa (Diario El País):
http://www.elpais.com.uy/100519/pespec-489390/espectaculos/un-cuento-de-hadas-de-caracter-para-la-zitarrosa