Aunque en el título se mencione la palabra “duelo”, este es un post luminoso para mí.

La otra noche estuve en el bar Girasoles, charla estupenda con una de las personas que pueden considerarse, con toda autoridad moral, testigos del último Darnauchans. Madre, también, de alguna forma (con los consoladores abrazos, con las necesarias puestas de límite). Él se pasó sobrevolando nuestra conversación, contento de esa inesperada reunión póstuma; nos hizo tomarnos un par de whiskys cada una a su salud (I can´t fly with just one wing, solía decir mi padre de más joven) y nos miró desde la barra un buen rato, si bien absorto en sus poemas. Me enteré de algunos detalles del final; del final de Patricia, que lo agarró de un tobillo y se lo arrastró a la tumba, seguramente sin proponérselo. De los últimos días de él. Me acuerdo del leit motiv de un poema que leyó Horacio Cavallo en el homenaje el año pasado, escrito una noche luego de verlos, de lejos, dando tumbos:

ella, rota
él, casi descosido

¿Y qué se puede hacer? Así fueron las cosas. Por algo fueron así. Misterios del Narrador.

Siempre he sentido que en este mundo, las categorías con que se rotulan los vínculos afectivos son muy limitadas; eso crea confusiones, conflictos, huídas, pérdidas. Parece que entre hombres y mujeres el amor sólo puede existir, como en un nefasto examen de multiple choice, entre tres alternativas: pareja/pasión, familia, amistad. Pero las cosas no son así. El corazón está lleno de matices, de combinaciones, de sutilezas que a veces cuesta clasificar. Hace un tiempo me encontré unas cartas del Darno (bah: mails) de fines de milenio; cartas que me encantan, que me hacen sonreir cada vez que las pierdo y las vuelvo a recobrar, como si recuperaran al leerlas, por cierto olvido mío, su frescura y vigencia. Menos mal que se me ocurrió imprimirlas cuando las recibí (supongo que para leerlas mejor, ya que siempre he odiado bastante lo de la pantalla: me gusta el papel, entiendo mejor lo que está frente a mis ojos, lo asimilo distinto). Porque unos años después, Yahoo me borró toda la valiosísima correspondencia que tuve por aquellos años, los primeros de mi retorno a México. Como con algunos textos de Levrero, me siento una avara conservándolos sólo para mí, ahora que los autores ya no viven y mientras no afecte a terceros. Es como regalar un rato de resurrección ilusoria, como un pedacito inédito de libro o disco que el muerto dejara pendiente al desaparecer. Siento que aquí está Eduardo en pleno; seguramente con muchas copas encima, en la madrugada montevideana, dictándole a “Natasha”, esa misteriosa amiga que transcribía su actuación privada para mí. El show continuaba, siempre continuaba, con reverencias, confesiones, exageraciones, sutilezas y disfraces.

Fue el mejor regalo que pude recibir en un conflictivo fin de milenio. Tengo un par más, todas vía “Natasha” de Tamborilearte, porque él no tenía mail. No son cosas esas para gente del siglo XII.

Y me di cuenta de que soy algo así como una viuda platónica del Darno. Categoría extravagante, por cierto.

El electrocardiograma marcha bien, en una fase positiva del duelo, de la aceptación sin olvido. Finalmente, aún tenemos -además de la música, de la voz de ángel- los pedacitos de memoria de mucha gente para intentar evitarle la muerte total.

Cuando vuelvas a nacer ¿quién serás? 
(dijo Shyra en su disco)