En el taller presencial de los lunes (“lunático”) estamos trabajando con sueños como disparadores de la creación literaria. Todos los años me mando algún modulito desde los misteriosos pantanos de Morfeo; los llevo a todos caminando, cautos, sobre su gelatinosa vegetación, sus oscuros lodos. Hay alumnos que se desesperan porque no consiguen recordar sus sueños -al principio, porque en general siempre terminan poniendo algún huevo victorioso en el gallinero del inconsciente-; otros reportan un pico maníaco de producción onírica, fenómeno que suele menguar y estabilizarse al terminar con el módulo y pasar a otros trabajos de motivación literaria. Yo misma, como siempre, recibo una sopa de mi propio chocolate y también debo vérmelas cada noche con una creatividad exacerbada de mi doble vida, la nocturna. Pero a estas alturas del partido, y como autora de un diario de sueños a lo largo de casi tres décadas (en varios tomos, se entiende), cuando se me da el privilegio de soñar tanto, lejos de causarme temor o incertidumbre, me parece una oportunidad, un regalo.

Siempre me acuerdo del Darno, que decía no soñar más a causa de tanto psicofármaco. A mí esa resignación a haber sido despojado de una faceta tan indispensable me estrujaba el alma, así que le escribía algunos sueños míos y se los mandaba  como regalo por correo (postal: no había internet). Para que al menos tuviera algunos de su propiedad, pobre. Aquello me valió al final el mote de “mi donante de sueños”. Un honor. Lo que pasa es que a mí me brotaban de a tres, cuatro, hasta seis sueños por noche; no me gustaba volverme una avara, una hacendada en tierras de hambre y desierto. Para mi orgullo, en su mayoría eran impactantes, no con menor detalle y nitidez que la vida habitual en la vigilia. Lamentablemente, ya no puedo portar en mí semejante bendición-a-la-vez-que-maldición, pero de todos modos me las ingenio para mantener una prolífica producción de cuadernitos dedicados exclusivamente a mis ahora más pálidos sueños. Malgré tout. 

Estos días vine a encontrar en mi altillo una cotizada agenda, la de 1992. Digo “cotizada” porque fue uno de los mejores años de mi vida, con mucha amistad y alegría en comunión, y además porque mi amiga Alais recordaba bien que allí habíamos dejado registrado una especie de viaje iniciático conjunto que hicimos al Cabo Polonio durante un par de semanas -hasta alucinaciones al natural tuvimos: a ese nivel de intensidad fue la travesía, con muchos insights y eventos surrealistas que uno diría que no son lo más autóctono de estas tierras- e insistía en que se la prestara alguna vez, cosa que hice ahora. Lo bueno es que escondidos allí, como apuntecitos entre los pendientes de trabajo en la productora, los eventos sociales -muchos- y las constantes llamadas de mis amigos (que tuve el tino de dejar consignadas allí para futuros y difíciles tiempos de eremita, que ya sé que siempre vuelven), más perlitas manuscritas de sentido incomprensible, del tipo Decadencia total: todo el día en la cama leyendo El informe Hite y durmiendo”, o “Historia del enanito que vende la sabiduría en tres tomos”, encontré un montón de sueños míos. Registrados de una forma muy escueta, un mero apuntecito que no iba más allá del argumento: me llama la atención que no llevara un diario de sueños comme il faut, aparte, como he venido haciendo desde los veinte años. Pero al menos no los perdí. 

Es muy interesante -y eso intento trasmitirle a los alumnos del taller cuando nos embarcamos en este módulo, por lo general utilizando alguna cadena de sueños propios como ejemplo y luego de la que, boca abierta, comprueban que efectivamente existe una historia por debajo cuando uno pone los sueños en secuencia y los sabe “leer”- cómo la expresión onírica tiene hilos conductores, temas reconocibles, lógica interna. Tal como si se tratara de una novela. E incluso personajes que se reiteran: uno toma prestados a sus conocidos de la realidad para encarnar ciertos arquetipos, pero va mucho más allá del “civil” que aparece. Yo, por ejemplo, tengo más que identificadas a mi Hera y mi Afrodita, y los vericuetos que viven estas dos mujeres en mis sueños me van mostrando la evolución de mi relación con sus figuras simbólicas: trasciende con creces a las de carne y hueso, si bien nunca es arbitraria la proyección. Y así, el que lleva a conciencia un diario de sueños (a lo largo de los años) llega a darse cuenta de las gestas épicas en las que su inconsciente estuvo embarcado en determinada época: “Yo soy mi casa” y “Crecer duele” son dos de mis historias favoritas: se las cuento a los integrantes de los talleres cuando llega la hora de hacerle los honores a Hipnos. No hay caso: la única forma de lograr la desnudez del alma ajena es arriesgarse primero al striptease propio. Poner el cuello y confiar en que el otro no aprovechará el gesto de entrega para rematarlo, que más bien se sentirá en confianza para compartir lo más sagrado que tiene. 

Revisando los sueños de esa agenda de 1992 -yo tenía 28, 29 años entonces-, me quedó claro que el tema que se jugaba allí en la cancha resbalosa de Morfeo tenía que ver con los hombres. Algo muy tortuoso y lastimado -sobre todo temeroso- se estuvo procesando en mis entretelones oníricos de todo ese año, proceso acompañado, además, por una soledad elegida en cuanto a parejas, amantes, pretendientes -los cortaba de raíz, los echaba más presta que un dragón escupiendo fuego por la boca- y toda posibilidad de vinculación hombre-mujer que no fuera llana amistad. O el pantano platónico con un tal P., que pergeñé inconscientemente para protegerme de los hombres reales, claro. En los sueños, en cambio, había un desfile permanente de todos los caballeros que habían sido importantes en mi vida; no tanto desde lo amoroso propiamente como desde los terrenos de la seducción, el sexo, el deseo. Parecía que todos se iban apareciendo para asistirme en tan difícil trance, en semejante parto alquímico. Sueños eróticos a mansalva (casi siempre sin consumación, al menos en lo que respecta a los sueños mismos: los cuerpos abandonados a los devaneos nocturnos del inconsciente suelen ser mucho más sugestionables), pero que en esta agenda 1992 no tienen mayor interés porque simplemente aparece su apunte como tal, el registro de ellos; no hay mayor argumento, no hay desarrollo, como seguro tendríamos si acaso se tratara de un auténtico cuaderno de sueños “pro”.  Igual -ya que le iba a terminar prestando mi valiosa agenda a Alais sin fecha de retorno, porque sé que se deslizará por quién sabe cuántos agujeros de conejos en cuanto empiece a recordar los pormenores de aquel viaje mágico al Polonio, así que seguro no volverá en algún tiempo- tomé nota de algunos sueños que me interesaron como residuo de mis transformaciones de aquel año. Desde aquella fóbica soledad autosuficiente -más que de amazona bélica, de Artemisa virgen- hasta la irrupción inesperada de Afrodita por una grieta fuera de cálculo: lo que pasa es que, para llegar a dar ese salto al vacío, primero cada noche hubo que dejarse ir en muchas aguas oscuras, inciertas, lunares. 

Rescaté algunos pescaditos de aquel mar, ya tan lejano y hasta irreconocible para mí:


Empiezo a encontrar máscaras y antifaces de disfraz. Los tenía guardados y ya no los recordaba.

*

Soy de Hungría (¿hunger?). Apuesto y pierdo, y me mandan de nuevo a mi lugar de origen. Tiburones. Voy en un submarino que llega a tierra, y veo cómo uno de los tiburones engulle a un hombre entero. Pido permiso a papá para llevar conmigo mis documentos de identidad. Hay una especie de campamento o colonia de vacaciones.

*

Sueño erótico con L. Voy por muchos boliches; uno de ellos recién inaugurado, desde donde trato de hacer una llamada y no puedo. Camino por la ciudad para hacer tiempo. Hay una pantalla gigante, y veo a M. cantando canciones de tipo melódico internacional.

*

Sueño con Alinda, me da un buen consejo (no seguir en el pasado, pasar la página con P.) y me dice (en dos sueños: uno “realidad” y otro “sueño” en el sueño) que no lo encontró y que no le pudo dar la carta.

*

Sueño con A., pero es algo pelado y viejo, grotesco. Sin embargo, yo razono que todo viene bien con tal de olvidar a P. Aparece Sofía; los tres vamos en un autazo. Catedral de Puebla. Almuerzo. Daniela.

*

Iba en un barco. Había estado con P. y nos habíamos apartado. El barco pasaba junto a un  mar que había crecido descomunalmente; la canaleta se había desbordado y el equilibrio del barco peligraba con las olas. A lo alto, en el monte, una enorme caldera estalla en llamaradas y cae al agua. Yo creo que las olas que provoca vendrán hirviendo y que nos quemarán vivos, pero no. Todo se llena de patrullas y humo. 

*

P_mylowriderheaven
De Anita Rodríguez


La necesidad de rescatar ese arquetipo masculino que se me moría en el interior y del cual me seguía retirando cada vez más, sin mayor remedio, se expresaba incluso en recurrentes sueños sobre mi padre herido o en peligro de muerte (en el sueño):

Una mujer de mediana edad tiene de la mano a su padre agonizante, vendado y casi todo cubierto por una sábana blanca. Empieza a llegar gente para el inminente velorio, y el enfermo, a pesar de que no puede hablar, oye todo lo que dicen y los preparativos.

 *

Sueño que no llego a tiempo para impedir que papá suba en ascensor con unos chantajistas o delincuentes. Desesperada, trato de alcanzarlos por el otro ascensor, pero es inútil. Me dicen que alguien se tiró del piso 60 y que aparentemente es mi padre. Yo no puedo aceptar que creyendo en Dios se haya suicidado, ni que nosotros no le hayamos importado. 

*

P_peregrinacion
De Anita Rodríguez
 


Recuerdo que por aquella época tuve tres episodios extrañísimos (que yo denominé “sueños astrales”) durante los cuales efectivamente percibí (despierta en mi habitación, aunque supuestamente dormida en la cama) una figura blanca, fantasmal, como si se tratara de un cono de energía, pero que yo reconocía intuitivamente como “masculina”. A tal punto me sería central la necesidad de curar ese vínculo distorsionado; en la dichosa agenda encontré sólo dos registros sobre eso (marcados con muchos asteriscos y colores, ya que para mí fueron experiencias de “antes y después”), pero no sé dónde habrá quedado el tercero o si acaso alguna vez lo escribí. Sólo sé que la figura blanca me habló también aquella última vez sentado tranquilo en el borde de mi cama. Al final dejó de venir; sé que se despidió por decisión mía:

Sueño astral: una figura masculina blanca sentada en el borde de mi cama, induciéndome a algo. Veo cómo mi propio cuerpo astral se desprende, se levanta desde mi pecho como si se estuviera sentando en la cama (mi cuerpo físico permanecía tendido inmóvil: esto era como una transparencia blanquecina).  Entre ellos se comunican sin palabras; yo me resisto, rezo por protección. Dudo si mejor no tendría que dejarme ir, volar o lo que sea; en eso, siento el infinito que viene a toda velocidad hacia mí, estrellas y todo, sin que yo me mueva siquiera (como si volara “al revés”: se mueve lo demás, yo estoy quieta). Me da miedo. Traigo el cuerpo de vuelta. Me duelen las articulaciones. 

*

Sueño astral: una figura masculina parado al lado de la cama. Me toca el cuello; yo lo saco, le digo que no.

*

Pablonewl
De Pablo Amaringo

 
Pero mi pequeña obra maestra en el desarrollo de esta novela onírica -y en ese contexto de mujer solitaria por decisión propia, de monja ad honorem– es ésta. No podría ser más perfecta (ni más humorística, por cierto): 

Soñé que un hombre que me gustaba o a quien yo quería golpeaba insistentemente la puerta de mi cuarto (estaba con llave). Yo le decía: “Ya voy, ya voy”, y mientras iba sacando una especie de sobre de dormir de madera. Lo desenrollaba; era un ataúd. Me metía adentro y le decía: “Ya podés entrar”. 

*
Pablonewb
De Pablo Amarin

Cuando -por fin- la etapa de la Bella Durmiente y su castillo de espinos terminó, cuando se cumplió el siglo y Afrodita encontró el cómplice demencial para tan titánica tarea, entonces tuve algunos sueños que claramente daban cuenta del asunto, o de los terrores del asunto. Todo bastante de manual, visto a la distancia: símbolos fálicos como cigarrillos -¡yo no fumo ni siquiera tabaco!- escondidos nada menos que en carteras  y que además desataban persecuciones policíacas; culpas y justificaciones por haber roto los votos de castidad; presuntos asaltos que al final resultaban ser liberadores festejos de cumpleaños con promesas de amistad, amor, pasión. Se diría que la puerta de mi casa aparecía abierta por eso, y no porque alguien hubiera entrado a robar, finalmente: 

Sueño con cuatro policías de narcóticos vestidos de soldados que me van a buscar a una mesa y piden para revisar mi bolso luego de besarme las manos. Yo sé que tengo un canuto. L. rompe un vidrio y hace escándalo para posibilitar mi huida. Entonces corro y corro. Saco el cuete de mi bolso y lo dejo caer en la calle. 

 *

Sueño que J. se mete en mi cama a dormir y yo le digo que no. Insiste, trata de que lo mime, pero a mí me da rabia que me reclame porque estoy viendo a otro. Le digo que hace un año y medio o mucho más que no me acostaba con nadie (él pretende que hace un par de meses nada más). 

Luego llego a mi piso, y un hombre de gabardina negra y guantes sin dedos toca en lo de la vecina (que tenía puerta de rejas y estaba rodeada de hombres que la defendían, porque ese fulano la quería asaltar). Yo llego a mi puerta y está abierta. Pienso que me asaltaron a mí, pero en el interior están muchos amigos para festejar mi cumpleaños. Veo los cabellos rojos de T. entre ellos. 
Artistdream
The Artist´s Dream

Los participantes del grupo de los martes o “marciano” -que por ahora no están trabajando con sueños: no me animo todavía, con tantos alumnos de nuevo ingreso- quieren que organice una jornada intensiva de sueños y escritura, como las que hice el año pasado. Y lo estoy considerando. No entiendo quién puede escribir -o cómo- sin atender a sus pequeñas obras de arte de cada noche. Ese es el tiempo en el que se escriben las novelas que jamás serán publicadas, aquellas para las que no se ha inventado género literario encasillador ni concurso al cual ser presentadas (por ahora). Pero la vida es sueño, dicen. O, por lo menos, lo es la tercera parte de ella.