…y llorar en lugares como capillas del siglo XVII no ayuda, porque al sufrimiento que se adivina por detrás de las lágrimas mismas -sinuoso y escurridizo, como una diosa desnuda que se baña entre las caídas de agua de una catarata- se le suma, pesada como una cruz, la desmesurada resonancia de los sollozos contenidos, magnificados por un silencio casi sobrenatural, si no fuera por algunos pájaros en el atrio y el rasgar perseverante de esta lapicera…
Sin duda reflejo de aquel dios e iglesia del siglo XVII que no eran concebidos para el consuelo de ningún alma en pena sino por el contrario, para culpar y castigar.
No lo creo: las iglesias de México son lugares llenos de paz. Pero si uno llora, suena mucho por el silencio celestial….