Anoche yo tenía en las manos una burbuja de vidrio transparente en la que, luego de agregar agua o por algún otro procedimiento externo, la mezcla sólida que había en su interior se convertiría en una mascota, concretamente en una araña. Creo que estaba Astor conmigo, el más interesado en la supuesta mascota. Hacemos lo indicado, la mezcla se vuelve coloidal y, luego de que un bulto vivo forcejea en su interior contra la capa sólida de la superficie (tipo nata), emerge no una araña sino un pajarito de todos colores.
Quedamos perplejos; el pajarito, claro, es mucho más lindo que una tarántula, pero al verse atrapado revolotea desesperado, volando y golpeándose contra las paredes de la burbuja. Como soy yo quien la tiene entre las manos, me da un poco de asco estar tan cerca -tengo cierta aversión por los pájaros-, incluso siento su calor contra la esfera. Me doy cuenta de que una araña sí, pero un pajarito no podrá sobrevivir con tan poco aire. No sé qué hacer; en el rostro del pájaro hay un gesto de angustia, se empieza a aquietar, a enfermar, y al final muere; queda tirado allí, en el interior de la burbuja. Yo me culpo -creo que frente a mi madre- porque tendría que haber buscado la forma de sacarlo de allí, de dejarlo volar. No supe qué hacer, quizás debí haber roto la esfera, pero la desesperación del pajarito chocando contra las paredes y su aleteo me intimidaron. “La adulta era yo”, digo. “Tendría que haber actuado para salvarlo”.
Le pedí una interpretación a Guzmán, aunque no es demasiado amigo de los sueños. Me dijo algo más que atendible: que el sueño me advierte que yo por lo general espero lo malo (la araña), pero si lo bueno me sorprende (el pajarito) no sé qué hacer con eso e incluso puedo llegar a perder la oportunidad. Me gustó, reconocí que hablaba de algo mío, ciertamente. Estoy segura de que hay muchas formas de verlo y muchas me aportarían su parte. En el proceso de desentrañar el mensaje del sueño, sentí de golpe una emoción que reconocía de qué se trataba, finalmente. Tiene que ver tanto con la araña como con el pajarito de colores. Porque la araña no está puesta ahí por casualidad: en la araña, Levrero encarnaba su consejo de que escribiera sin tregua y sin que me importara nada. Que una araña no puede evitar ser quien es y tejer telarañas; que eso es lo que realmente sabe hacer, lo que pulsa en su interior, lo que quiere hacer: no sería araña, por cierto, si no tejiera telarañas. Ahora, que caiga una mosca o no en su tela, eso es otra cosa; quizás la araña muera de hambre tejiendo, pero esa es su naturaleza. No garantiza la supervivencia, pero sí la autenticidad. “También te podés emplear de cajera en un supermercado”, decía, o algo así. Algún día tengo que encontrar ese mail y publicarlo aquí, porque el mensaje, por supuesto, no es únicamente para mí (como casi todo lo de Levrero).
El asunto es que yo ya no puedo ser la araña que teje la tela. Por muchas razones. Pero sí puedo, quizás, ser el pajarito de colores, menos metódico, más caprichoso. Nunca en una burbuja transparente porque me quedo sin aire; nunca sin poder volar porque me muero. Y en el sueño yo soy la que se equivoca, la que no sabe cómo reaccionar frente al cambio inesperado de la araña levreriana por mi pajarito de colores. La que lo deja morir de asfixia.
Hace un rato encontré una correspondencia electrónica del 2005 con Alicia Hoppe, la ex mujer de Levrero. Fue antes de que me volviera de México. Parece que yo le había confiado una experiencia de esas inexplicables (porque son netamente intuitivas): a los pocos días de la muerte de Levrero, un pajarito se posó varias veces en mi ventana de Querétaro y golpeó insistentemente con su pico. Quién sabe por qué, pensé en aquel momento que se trataba del propio Mario (*).
No era un pajarito de colores, pero tampoco una araña.
(*) Quizás inconscientemente esta asociación venga de la vieja lectura de Diario de un canalla, en donde un gorrión -al que Levrero llama “Pajarito”- representa esa especie de “Espíritu”, de entrega a la escritura y sus misterios. Yo estoy en las mismas, seguramente, y el mío además era colorido, tan colorido como el dibujo de un niño antes de ir a la escuela. Recomiendo que lean este libro de la “segunda trilogía involuntaria”, o al menos el comentario en este enlace al respecto.
Me gustó la interpretación de Guzmán. Muy lindo posteo.
cuando leí el título enseguida pensé en la paloma de levrero.
Asociaciones.
Apoyo la moción, la interpretación de Guzmán es la acertada ;D
Un beso.
A mí este sueño me dijo mucho, son de esos que se quedan procesándose en el interior de uno, que inciden después en las decisiones que se toman, en los cambios.
Hay otro pájaro o referencia al vuelo en la literatura de Levrero (no sólo en "Diario de un canalla" y "La novela luminosa"), y es al final de "Paris", cuando al tipo le salen unas alas y trata de volar, pero cae en un techito y se lastima las rodillas nomás. Ese libro me encantó y esa escena final me pareció maravillosa y cierta. En todos los casos, los pájaros de Levrero están lastimados.
"Algún día tengo que encontrar ese mail y publicarlo aquí, porque el mensaje, por supuesto, no es únicamente para mí (como casi todo lo de Levrero)"
A esto me refiero, dos años después (http://adioslevrero.blogspot.com/2011/08/ahora-si-adios-levrero.html), con haber fomentado una mitología. El mensaje era únicamente para mí, en primera instancia. No sé qué clase de druida o canal me creí.