Sí, casi en paz, casi feliz. Me costó lo indecible tomar la decisión de suspender por tiempo indefinido los talleres por internet, mi obra docente de casi siete años empezada junto a Levrero (y ahí está la clave de todo el asunto: no se me podía ni insinuar que parara, que hiciera un impasse, era como si en el fondo sintiera que traicionaba su memoria) (la carcajada más discreta de Levrero acerca de esto se estaría escuchando ahora mismo en Punta del Este). Hacerlos bien, como siempre me ha gustado, insume una cantidad de energía, atención y tiempo que nadie imagina, y yo los venía haciendo mal (precisamente porque estoy agotada y en ocasiones enferma). Nada de tutorías, correcciones/evaluaciones literarias o talleres virtuales por un tiempo: pensar lo menos posible, recargarme lo menos posible, concentrarme. Tengo un lindo trabajo (dentro de todo) con la Unesco por unos meses, y los talleres presenciales donde se trata más de sentir que de pensar; llevan su buena cuota de tensión, como toda actividad escénica y que además trata con el alma, pero también devuelve motivación y energía.

Otra cosa linda fue haber “dado de alta” a mis alumnas más avanzadas, haberlas orillado a la autogestión (que pueden desarrollar perfectamente) ofreciendo la supervisión mía cuando haga falta. Las voy a extrañar montones; los grupos tardan en lograr esa confianza, y además aquí eran todas brujas y amantes del vino, de la risa. Pero bueno, también es un motivo menos de cansancio porque me hubiera implicado dar mucho de mí por muy poca remuneración a cambio, sólo por responsabilidad docente, y robándole otra noche a Astor. Tengo que darme los espacios para recuperarme, para no caer en el burn out en el que casi estuve.

Me siento entusiasmada. Veo posible volver a encontrar cierto placer en la vida, en los afectos, y sobre todo volver a escribir…

¿O serán las vitaminas que empecé a tomar? 🙂