Además del enorme resfrío que me ha estado haciendo zancadillas desde el martes (y del que no puedo zafar porque nunca me llega el momento de dormir, descansar o simplemente no tener algún plazo de trabajo que venza ese día), anoche ocurrieron varias cosas durante lo que debía ser, y terminó siendo contra mi voluntad, la velación. Es que estoy rodeada de mimosos, incluso entre los muertos me las apaño para conseguirlos divos, celosos e histriónicos. Y yo no ayudo mucho con esa naturaleza parrandera que trato de esconder en el baúl, por aquello de “madre”, “docente” y “resfriada”, pero justo en el día en que hay que celebrar la vida para cerrarle el paso a la Pelona no me voy a echar pa´atrás.

Veamos:

INVOLUNTARIA VELACIÓN DEL 1 AL 2 DE NOVIEMBRE, 2007
MONTEVIDEO, URUGUAY

  • Embajada de México – El asunto empezó con la inauguración de la ofrenda a Frida Kahlo, que era, por otro lado y en cierto modo, la culminación de mi taller sobre la muerte. Estaba hermosa, monumental, y en México no hubiera tenido nada que envidiar. Había gente de los talleres presenciales, del sábado pasado, gente de la colonia mexicana que conocía y trabajó creando esta obrita de arte que estará toda la semana que viene en exhibición, y luego empezó a circular el chocolate y el pan de muerto entre la concurrencia nutrida. Astor se prendió y eso le dio más baterías para seguir jugando entre la gente (finalmente, es su embajada ¿no?), conocí al Embajador, macanudo, y luego la Agregada Cultural dijo que nos lleváramos nuestro itacate. Salimos con un pan de muerto para el desayuno.
  • Bar Bacacay – Allí nos esperaba la bruja V. y su consorte; llegamos cuatro más y Astor, quien sopeó papas fritas en el agua y comió dos bolas de helado de chocolate, además de improvisar una piscinita para dinosaurios en los vasos y dibujar los manteles. A mí me esperaba el altarcito que le había armado al Darno antes de salir, pero ¡una botella más! ¡otra cosita! ¡un nuevo tema! ¡pájaros pintados por doquier! ¡el mozo es un poeta cubano que no sabe que existe el Premio Casa de las Américas y cuya cara se transmuta cuando recita sus décimas! ¡coincidencias! ¡confesiones de borrachos! Astor se durmió y los rufianes padres (y tíos postizos, taxistas y demás) llegamos a las 2 AM a casa. Por lo menos ya era la noche de Muertos (tenía la inocente idea de que podría llegar a dormirme antes de la medianoche); yo le había dejado una lámpara prendida al altarcito de Eduardo, no fuera a ser que anduviera por ahí dando tumbos.
  • Altar del Darno – Una foto del diario, con los ojos llenos de tristeza, desesperación y cansancio. Sorprendido, como quien no se sabe observado en tales sombras. Candelabros y cirios del mismísimo Pátzcuaro, lugar de lo negro. Flores. Una chalina que siempre llevé conmigo desde 1999 en que me fui a México otra vez. Un par de mails que, más que eso, son actuaciones privadas del inconsciente del Darno para mí, con sus “cantinflescas cortesías”. Una botella de Chivas Regal y un vasito bien servido que hoy de mañana estaba más abajo (sí, ya sé, la evaporación, la ley de gravedad y el índice Dow-Jones). Discos para una grata visita (canciones de cuna sefaradíes, música medieval y renacentista, Nick Drake, una selección de tangos reos en disco de pasta), libros (clásicos como La Odisea, La Eneida, La Divina Comedia, poesía medieval italiana, y hasta un librito de Leopardi como guiñada). Fotos: montones. Bares, cafés, amigos, recortes de diario. El inhalador para el asma. El pan de muerto de la Embajada (no sólo de Chivas vive el hombre, aunque ahora sea cadáver!). También discos de él, por si le entra la nostalgia. Papel y pluma para escribir (la guitarra, suya, aparece en una foto que me regaló: supongo que servirá). La letra de “Sonatina” clavada con un milagrito mexicano de corazón, con los que decoré también cerca de su foto. Calaveritas. Una, grande y muy canchera, sentada con un vaso en una mano, como luego de una borrachera; a ese vaso le puse agua bendita just in case. Puse el disco de Canciones sefaradíes mientras prendía los cirios. Sí, el tiempo había pasado desde aquel recital mágico de 1984 cuyo cassette pirata también había colocado en el altar. Su voz estaba destruída, como la mía cuando trato de volver a cantar; la energía no fluye, la vida ya se retiró con un reproche ahogado. Este disco es lindo de oír sólo porque sabemos que efectivamente, se trataba del último aliento. Lindo de oír por la belleza que recuerda, no por la que en verdad crea. Pero era la música de su altar de muertos y, como tal, era perfecta.
  • Saqué fotos como recuerdo. Es bueno tener en mente que nuestro amigo realmente no está más en esta tierra, y que por eso protagoniza un altar, y no se trata de una broma cómplice. Las fotos me quedaron horribles: fuera de foco las que tenían flash (salvo las que tienen los cirios apagados, qué gracia), totalmente oscuras las otras, y en una de mis artísticas tomas me llamó la atención un brillito lindo que captaba el lente. Volví a mirar. Nada. Por el lente, más brillito. De pronto, reparé en que parte de los papeles, la calavera mayor de madera y una de las fotos del Darno se estaban prendiendo fuego (¡sobre piso de parquet!): tiré el vaso de agua bendita para refrescarle los pies a la Calaca, que quedó tiznada y en brasas por un rato. Una tapa plástica de Raras & Casuales se derritió un poquito. Al Darno se le hizo un agujero misterioso y lleno de colores en el aura, de la cabeza hacia arriba; en la foto se lo ve concentrado, con una lapicera en la mano, a punto de escribir algo. Lleva la chalina roja, distinta de la mía azul.
  • Después, leí los mails, reí, lloré, tomamos whisky, miré las fotos (especialmente la nuestra juntos), le dije un par de cosas, le pedí perdón por no haber ido cuando estaba mal (¡yo, la kamikase del inframundo, me daba cuenta de que me tenía que cuidar a mí misma!), y sobre todo le di las gracias por haber cambiado mi vida, por seguir cambiándola, por haber sido un privilegio en las casualidades, un honor.
  • También le prendí una velita a Levrero, Rubén y Pocho, no se fueran a sentir por mi dedicación al Darno. De nada sirvió. Pinches muertitos. No me dejaron dormir en toda la noche.
  • Eran ya las 4 AM. Ni miras de descansar y con resaca amenazando (no estoy para cocktails de Marylin Monroe, ya no estoy en edad). En la duermevela, un calambre terrible en una de las pantorrillas; trato de sacudirla para salir del espasmo muscular, levantarme. Inmediatamente entra en calambre la otra y me duele horrores. “Son mis muertitos rompebolas que quieren llamarme la atención. Claro, no les armé nada este año, sólo al Darno…me quiero dormir!”
  • Al rato: Astor por primera vez se cae de la cama. Cae arrodillado en el colchoncito, el cuerpo encima de la cama estirado, casi dormido. Parece que estuviera rezando. Lo acomodo. Son las 6 AM y todavía no logré dormir, me pasé “velando”. Al rato amanece y todo el mundo se pone a llamar por teléfono.

Qué nochecita! El Darno casi me incendia la casa, los otros me tiraron de los pies (como si tuviera diez años y pudieran asustarme), y yo para colmos, con cruda. Por suerte, a partir de mañana empezamos a salir del ciclo de la muerte. Al menos del voluntario, claro.