II. La escena se repetía en mi mente, con ligeras variantes: el ciego que se iba acercando, lenta e inexorablemente, a la plataforma de aterrizaje de las avionetas sin que nadie se percatara del peligro. Parecía mentira que el hombre hubiera podido llegar hasta allí sin que nadie lo detuviera, siendo que no se permitía pasar a nadie sin un documento especial que acreditaba su identidad. Pero el ciego había burlado todos los controles, y había llegado hasta allí, y yo había tratado de gritar una advertencia, aferrado al tejido metálico. El ciego siguió caminando como si nada. Una y otra vez me pregunto si no hubiera sido mejor trepar sobre la valla y correr hacia él, aunque sé que hubiera sido inútil: el aeroplano ya había tocado tierra y rodaba por la pista dispuesto a llegar a su destino sin imaginarse que el puntito negro no se correría.
No sé por qué esa escena repetía una y otra vez en mi mente; sería algo simbólico porque finalmente un comando de seguridad irrumpió en la pista secuestrando al ciego que protestaba furioso. Después vinieron tiempos mejores.
nota del editor: hay que aclarar que el ejercicio consistía en que cada uno de los participantes escribiera diez palabras *exactas* (ni una más ni una menos) antes de pasárselo nuevamente al compañero.
Está genial, mega sincronizado, de hecho cuesta creer que fue escrito a dos manos y sobre todo a 10 palabras cada uno (contando los artículos y todo?)
Y si, después es seguro que vinieron tiempos mejores…
Sí: los artículos también cuentan como una palabra!
El objetivo de esta consigna de Levrero es enseñar que hay que “servir al texto”. Es decir, que el propio texto te vaya llevando, no tironearlo con nuestras propias expectativas (si no, al escribir entre dos se escribiría algo totalmente incoherente). Está buenísimo, si sale bien!
es hermoso! me parece un texto totalmente genial. momento inolvidable…