Aunque no podré contar el contenido por algunos meses, hasta que las imágenes se asienten y mientras así aprovechar su fuerza (los soñantes consuetudinarios sabemos que contar los sueños, por ejemplo, debilita las emociones adheridas: es por eso que, si hemos de escribir un relato o una novela con ellos, conviene arreglárselas con el papel o la pantalla, sin mediación de amigos u otros escuchas, y también es por eso que cuando uno tiene pesadillas, como esta servidora, lo mejor es contarlas, contarlas y escribirlas hasta que se deshagan en la luz como un vampiro), ayer “constelé”. Ya había participado en talleres de Constelaciones Familiares, incluso con Stephan Hausner (tipo maratón de dos días inmersos en el asunto) y oficiado como representante en tres ocasiones porque me eligen siempre. Pero esta fue la primera vez que yo era el cliente, el “conejillo de Indias”, en este caso.
No puedo contar, no puedo contar, no voy a contar el contenido del asunto, pero si antes me habían impresionado los extraños movimientos y esa sensación de que ahí estaba pasando algo inusual, fuera de los marcos de la vida ordinaria, ahora lo vi de cerquísima. Salvo que todo haya sido una conspiración que involucró al menos diez personas (que lo supieran todo de mí, hasta los ataques de tos que tengo cuando lloro desesperada, por este tema y no por otro). Todo, una puesta en escena para hacerme creer que el click energético con el “documento maestro” realmente se establece y uno empieza a espiar en mundos que le imprimen sus formas al “documento final”, o sea, al archivo de Word en que uno cuenta su propia vida. Asuntos increíbles, movimientos que se repetían sin que los representante se miraran, sopapos simbólicos dados justo a tiempo, percepción de lo invisible, gente que parecía tomar la voz de otra que no estaba presente y hacerla expresarse, todo con extraordinaria exactitud (más allá de algunos deslices un poco ex tarrum, pero la intuición no puede ser perfecta).
Pero lo mejor es el reacomodo interno (que aún está, como lluvia de meteoritos, surcando mis espacios): durante toda la constelación sentí poderosamente la energía en mi cuerpo, angustia en el pecho, excitación casi sexual, y sin embargo no tenía la menor gana de llorar. Las escenas eran fuertísimas y me involucraban directamente, pero no sentía autoconmiseración sino que me sentía comprendida, estable. Es curioso, porque había llorado dos días seguidos, tuve horrendas pesadillas la noche del jueves, insomnio y desesperación la del viernes. Acá me vi a mí misma en el medio de todo ese sufrimiento y más, y me dolía porque entonces podía constatarlo, saber que era algo que está grabado todavía en algún lado, pero no me destrozaba: me daba fuerza. Me puteaban (mismo) pero no me ofendía: me daba fuerza.
Y me quedó un dolor en el corazón, una angustia que aún me dura, pero es una clara angustia productiva, de tejidos que se rehacen, que se curan y regeneran. Las imágenes me golpean desde adentro y me hacen tomar las riendas, asumir mi parte y dejar de estar enojada cuando en verdad tendría que dar las gracias (¡y de qué forma!). Me dijeron cosas que eran literales, ¿cómo podrían saberlas? Solo que G. confesara haber elaborado pacientemente un archivo sobre mí y se los hubiera vendido para impresionarme. De lo contrario, es que las Constelaciones Familiares de Bert Hellinger realmente han tocado un punto de sabiduría en esta patética lucha de la humanidad por entender cómo funciona el universo (eso ya lo pensaba antes, como espectadora y representante, pero haber trabajado mi constelación hace que ahora tenga la certeza: qué cerca anduvo todo de situaciones que son así, y sin que interviniera la menor información verbal).
Y bueno, esa misma noche le cociné a G. una cena especial, como hace mucho no le hacía: pollo al curry con coco rallado y servido dentro de cáscaras calientes de coco (acompañado de arroz al azafrán y pasas rubias), y de postre la mousse au chocolat del libro “Afrodita” de Isabel Allende (recetas como esa son lo mejor de su literatura, ciertamente) adornada con quinotos. Todo esto era para hacer un marco digno del Luigi Bosca Malbec Reserva que teníamos guardado para celebrar los tres años de Astor y nunca llegaba a la realidad. Un tequilita añejo de entrada, queso de cabra y pan con amapola.
Claro que cualquier aguzado lector rioplatense podrá comprender la implícita semiótica del coco y los quinotos en una cena de reconciliación…
Me impresiona lo que contás, pero no es la primera vez que escucho algo así. Tengo a mi amiga S. que trabajó bastante con las Constelaciones. De hecho, su compañero G. (en ese momento estaban divorciados) es director de teatro y llevó la experiencia de SU trabajo de constelación a una obra que tuvo su cuarto de hora de éxito. Para los que lo conocíamos era muy fuerte ver ese streap tease y para el público, era fuerte, porque LO QUE PASABA LO ERA. Me alegro por el terremoto estelar que hace saltar las cáscaras y muestra el fruto maduro. Por otra parte, te envidio. Yo soy tan cagona para dejarme llevar en una experiencia de ese tipo. Con el I Ching me basta y me sobra, y lo consulto cada tanto para no abusar. Me imagino temblando durante una semana seguida, tendría miedo de que se me rompa algo que no pueda pegar después, miedo de asomarme. Ya sé que es tonto, pero el miedo es así. Bastante con el sicoanálisis.
De acuerdo con Selene, me caga mucho una constelación, la voy a hacer, no sé cuándo pero la voy a hacer. Me gustaría hacerla allá, por todo lo que implica…
En fin, qué bueno lo de la cena, estoy segura de que fue muy muy especial, me alegra un montón.
Un abrazo, la semana que viene vamos arrancando, no?
Próximamente voy a constelar.Admito que estoy ansiosa.
Leer tus impresiones me devuelven la calma.
Lo único que temo es no tener que pedir al constelador que repita la constelación para constatar si de verdad constelé.