El halcón de hierro está trepado a mis pestañas
y yo siento un peso triste apoyándose en mi sueño.
Lleva el halcón un gorro de balcones acechantes
y en el pico una piedra con olor a maderas,
a cognac dolorido y bonachón.
“¡Acabemos con esto de una vez!”,
dice el halcón, cansado.
Yo me avergüenzo, entonces.
Mi habitación se inunda de leche amarga, de lunas derretidas,
sobre el tejado mismo donde bailan las urracas.
Me acomodo en la cama nuevamente,
consolando a mis trenzas de su absoluta soledad castaña.
“Acabemos con esto, te lo digo”,
repite el halcón a punto de perder el equilibrio.
larga vida al roedor, que sigue cantando, aún sabiendo que es presa (pero vida más larga vida para el que huye del halcón).
Y más larga vida al halcón, je!
Me encantaron las trenzas y el final.
El juego de halcón y balcones me costó un poco, pero capaz ahí está el chiste, no?
Beso.
Bueno, además del obvio juego sonoro de “balcón” y “halcón”, creo que el poema tiene algo erótico (nunca fue la intención, pero percibo algo cargado en el resultado y en las pistas).
Y los balcones, desde los trovadores, Romeo y Julieta, el enamorado y la muerte, y otros arquetipos medievales, tiene algo de eso ¿no? Al menos a mí me parece.
¡Y las serenatas mariachis, claro!
Y yo que lo interpreté por otro lado!! Tus letras me llevaron por otro camino de sentires, profundo, con esa vergüenza culposa entre mujer y madre.
Genial!
Beso,
Katia
Ah, me encantan las lecturas ajenas… Como dijo el Maestro, el lector llena las imágenes del narrador (siempre y cuando el susodicho esté bien presente) con sus propias imágenes, y por eso su contenido es más vivo, y entonces se hace receptivo a todo lo que el texto *no dice*, al alma del que escribe.
Algo así. Mi lectura del texto es sólo una visión del asunto.
Gracias por las visitas!