Mi segundo país siempre me hizo temer por mi seguridad y la de la gente que quiero. Es que México es generoso y cruel, festivo e impredecible, delicado y salvaje. Sublime, vital, sombrío: es una tierra de arquetipos danzantes. La muerte, siempre agazapada, como precio por la vida a manos llenas. Flores, mariachis, fiesta, Dios, mezcal, colores, ruido, escalas desmesuradas, olor a copal, mercados, espectros, montañas, multitudes, frutas. En México vive la gente más despiadada, cruda y mala de la tierra; en México vive la gente más noble, buena y pura de este mundo. México inocente, dijo Jack Kerouac, y también tenía razón.
Pero ahora hay una guerra civil. No se trata más del cielo y del infierno, dualidad que tan atinadamente descubriera Malcolm Lowry durante sus iniciáticas andanzas por allí: hoy la gente está en la línea de fuego cruzado de varios ejércitos que luchan por su territorio. Parece que ya nadie sabe qué hacer; los narcos se disputan la frontera, las acciones del ejército quedan bloqueadas por cortes sorpresivos a lo largo y ancho de la ciudad (si alguien pensaba que en el Tercer Mundo somos flojos, ineficientes e improvisados, es que no ha reparado en la delincuencia organizada!), hay policías corruptos integrados a la mafia, el tráfico de armas es inmenso, la impunidad prevalece, civiles mueren o son secuestrados, sigue el misterio de las “muertas de Juárez”, se reportaron casi 2.500 ejecuciones en lo que va de este año, EE.UU. se está involucrando porque la olla va a explotar en cualquier momento y dicen que la situación es más grave que en Irak. ¿Qué le pasó a mi México, claro y oscuro, pero cuando era luz sí que lo era, en formas cegadoras de tan intensas? ¿Cómo puede vivir la gente así, entre miedos y negaciones, con amenazas, o la amenaza de la amenaza misma?
Mi hermano dice que ya ve como inevitable que este año se arme un despelote grande (sic), que cada 100 años México tiene una revolución. Es cierto. Este año no sólo es el Bicentenario de la Independencia sino el Centenario de la Revolución Mexicana. En una, durante diez años las cabezas de los líderes estuvieron colgadas y pudriéndose dentro de jaulas, a la vista de todos los guanajuatenses para que les sirviera de escarmiento; en la otra, te fusilaban nomás por divertirse y la gente escondía a las muchachas en sótanos cuando llegaban los revolucionarios, quienes (muy lejos de esas versiones idealizadas que uno suele hacerse, tipo Che Guevara) se apropiaban de todo lo valioso y bello que encontraran, como fieras desbocadas.
¿Qué clase de revolución habrá de librarse este año, entonces? ¿Una guerra sanguinaria, un retorno paulatino al orden, una sublevación social, un terremoto que destruya las ciudades para poder empezar de nuevo, una intervención armada de otro país, una operación fulminante de los servicios de inteligencia, una movilización pacífica? Porque el problema ya no es únicamente la frontera, Ciudad Juárez, Tijuana, Monterrey: se va extendiendo como un derrame de petróleo en el mar.
Leo las noticias (gracias a internet, porque aquí se habla muy poco de esto en los medios) y trago saliva; me preocupan mi hermano, mis amigos, el país mismo. A menudo pienso lo que sería vivir allá todavía, con Astor niño, y siento la gran bendición de habernos escuchado a nosotros mismos, de haber cometido de golpe y sin aviso aquella locura de volver a Uruguay. El tronar de la fiesta, de los fuegos artificiales, se me figura ahora como los ruidos que están tapando la balacera. Pero sigo creyendo en el alma de México, en su poder de ave fénix, en su águila, en el embrujo inmortal de su serpiente.
Al llegar al ataúd de cristal, el menor de ellos (de tres años) toca el cristal y se acerca a los pies de la estatua, vuelve a tocar el cristal y yo pienso: “estos niños entienden lo que es la muerte, están en la iglesia debajo del cielo, poseen un pasado sin comienzo y se dirigen hacia un futuro infinito, esperando la muerte, a los pies de un muerto, en un templo sagrado”.
http://www.eluniversaltv.com.mx/detalle17812.html
http://www.eluniversal.com.mx/coberturas/esp207.html
Así se siente por acá, en cualquier momento pasa algo, igual no creo que este año, viste que el mexicano es aguantador.
Te cuento una rápida, en mi laburo las cosas se venían complicando, así, en general. Entonces yo, por diciembre (y también un compañero venezolano) andábamos mal, a disgusto, frustrados…y se notaba y entonces fuimos el "factor problema" de la agencia. La cosa es que pasaron los meses y ambos (venezuela y yo) elaboramos la bronca, nos resignamos, empezamos a buscar otras cosas bah. Eso repercutió en que nuestra "actitud" al día de la fecha es bastante decente. Y entonces sucede ahora, tres meses después, que el ambiente se empieza a poner denso y esta vez son los compañeros nativos los que manifiestan disgusto. Anacrónicos los muchachos…
Un abrazo.
Las últimas veces no te he comentado, aunque sí leído, pero ante este texto no puedo permanecer indiferente. Sé poco y nada de México, pero me impactó mucho todo lo que nos contás. Lo relatás muy bien, sos una escritora excelente. Te admiro.
Saludos
Mauricio
Gracias, visitantes, siempre es una sorpresa saber que realmente pasan lectores por acá, más cuando nunca nos hemos visto en persona.
Y los lectores de 20 son perlas, para mí, Mauricio.
Saludos a los dos y ¡viva México!
Gabriela, hermosamente terrible tu relato. No voy a comentar lo terrible sino lo bellamente narrada la situación y tus sentimientos. Cariños, Miriam