Hoy hubiera sido el cumpleaños de José Manuel De Rivas (1964-1996), mi brillante amigo Peabody, mi galante pareja de graduación, que me llegaba al hombro y vestía una capa negra. Se lo llevó el metro en la estación Bellas Artes; si suicidio o asesinato, no me importa. Fue la Ciudad de México y sus demonios. Ciudad rodeada de palacios.

Mi segundo país siempre me hizo temer por mi seguridad y la de la gente que quiero. Es que México es generoso y cruel, festivo e impredecible, delicado y salvaje. Sublime, vital, sombrío: es una tierra de arquetipos danzantes. La muerte, siempre agazapada, como precio por la vida a manos llenas. Flores, mariachis, fiesta, Dios, mezcal, colores, ruido, escalas desmesuradas, olor a copal, mercados, espectros, montañas, multitudes, frutas. En México vive la gente más despiadada, cruda y mala de la tierra; en México vive la gente más noble, buena y pura de este mundo. México inocente, dijo Jack Kerouac, y también tenía razón.

Pero ahora hay una guerra civil. No se trata más del cielo y del infierno, dualidad que tan atinadamente descubriera Malcolm Lowry durante sus iniciáticas andanzas por allí: hoy la gente está en la línea de fuego cruzado de varios ejércitos que luchan por su territorio. Parece que ya nadie sabe qué hacer; los narcos se disputan la frontera, las acciones del ejército quedan bloqueadas por cortes sorpresivos a lo largo y ancho de la ciudad (si alguien pensaba que en el Tercer Mundo somos flojos, ineficientes e improvisados, es que no ha reparado en la delincuencia organizada!), hay policías corruptos integrados a la mafia, el tráfico de armas es inmenso, la impunidad prevalece, civiles mueren o son secuestrados, sigue el misterio de las “muertas de Juárez”, se reportaron casi 2.500 ejecuciones en lo que va de este año, EE.UU. se está involucrando porque la olla va a explotar en cualquier momento y dicen que la situación es más grave que en Irak. ¿Qué le pasó a mi México, claro y oscuro, pero cuando era luz sí que lo era, en formas cegadoras de tan intensas? ¿Cómo puede vivir la gente así, entre miedos y negaciones, con amenazas, o la amenaza de la amenaza misma?

Mi hermano dice que ya ve como inevitable que este año se arme un despelote grande (sic), que cada 100 años México tiene una revolución. Es cierto. Este año no sólo es el Bicentenario de la Independencia sino el Centenario de la Revolución Mexicana. En una, durante diez años las cabezas de los líderes estuvieron colgadas y pudriéndose dentro de jaulas, a la vista de todos los guanajuatenses para que les sirviera de escarmiento; en la otra, te fusilaban nomás por divertirse y la gente escondía a las muchachas en sótanos cuando llegaban los revolucionarios, quienes (muy lejos de esas versiones idealizadas que uno suele hacerse, tipo Che Guevara) se apropiaban de todo lo valioso y bello que encontraran, como fieras desbocadas.

¿Qué clase de revolución habrá de librarse este año, entonces? ¿Una guerra sanguinaria, un retorno paulatino al orden, una sublevación social, un terremoto que destruya las ciudades para poder empezar de nuevo, una intervención armada de otro país, una operación fulminante de los servicios de inteligencia, una movilización pacífica? Porque el problema ya no es únicamente la frontera, Ciudad Juárez, Tijuana, Monterrey: se va extendiendo como un derrame de petróleo en el mar.

Leo las noticias (gracias a internet, porque aquí se habla muy poco de esto en los medios) y trago saliva; me preocupan mi hermano, mis amigos, el país mismo. A menudo pienso lo que sería vivir allá todavía, con Astor niño, y siento la gran bendición de habernos escuchado a nosotros mismos, de haber cometido de golpe y sin aviso aquella locura de volver a Uruguay. El tronar de la fiesta, de los fuegos artificiales, se me figura ahora como los ruidos que están tapando la balacera. Pero sigo creyendo en el alma de México, en su poder de ave fénix, en su águila, en el embrujo inmortal de su serpiente.

Al llegar al ataúd de cristal, el menor de ellos (de tres años) toca el cristal y se acerca a los pies de la estatua, vuelve a tocar el cristal y yo pienso: “estos niños entienden lo que es la muerte, están en la iglesia debajo del cielo, poseen un pasado sin comienzo y se dirigen hacia un futuro infinito, esperando la muerte, a los pies de un muerto, en un templo sagrado”.

(Jack Kerouac, fragmento de México inocente y otros relatos de viaje, México: Ediciones del Milenio, 1999)



Guerra sangrienta entre cárteles se recrudece (El Universal TV)
http://www.eluniversaltv.com.mx/detalle17812.html
 
Narcotráfico: la lucha por el territorio (El Universal)
http://www.eluniversal.com.mx/coberturas/esp207.html