Hace días que llueve en Montevideo. No todo el tiempo, claro, pero cuando lo hace es con esa forma de llover que tiene Montevideo, como si hubiera llovido desde aquel Verbo del principio y como si fuera a seguir lloviendo hasta el capítulo final. Una forma gris de llover, que repiquetea pertinaz contra las claraboyas, que llega hasta a rasgar los pavimentos con su acción pequeñita, constante, incisiva -la forma de actuar que suele tener el agua, por otra parte, salvo cuando se sale de su cauce, furiosa, y termina desbordándose, o cuando se alza, impotente e imponente, clamando por respeto, trepada a un maremoto devastador-.Sí, es un paisaje melancólico el que me ofrece la ventana del bar esta mañana de pies fríos, de gente callada.

Pero curiosamente en estos días no he sucumbido al embrujo triste de la lluvia montevideana. La encuentro hermosa, una oportunidad, un cielo de paraguas dados vuelta.

Está brumoso en estos días. No son las brumas de Merlín, pero igual me las recuerdan.