De Muertes que me dejan atrás.
Libro de hace como diez años que, si es por mí, quedará virginalmente inédito, a pesar de algunos poemas premiados, etc.
Publico esto ahora porque viene al caso. Y qué mejor que no tener que pedirle permiso al autor.
Publico esto ahora porque viene al caso. Y qué mejor que no tener que pedirle permiso al autor.
Culpa
nada me ha bastado
todavía tengo hambre de desgracias
de mundos extintos sin papiros
aún hoy me avergüenza sospechar
que yo deseaba el mal
que yo quería romper los vidrios de mis propios ventanales
y ver morir las estrellas de una vez
por eso me cuartearon contra el panal de abejas
a causa mía los angelitos zumban y zumban
protestan como mujeres encerradas
mujeres posibles dentro de las pupilas de las niñas
mujeres enroscadas en el sedoso vientre de los cielos
caderas paralizadas por mi culpa se derriten
mi culpa
sal de caracoles ajetreados
dicen que enterrarán a mi padre
el cortejo negro lo envolverá con gladiolos
y el aire del mar le silbará una última plegaria
que sólo yo denunciaré como burlona
nada me ha bastado
tal es mi hambre de desgracias
en la esquina se confabularán contra mí las estrellas
se juntarán marchitas en un ramo
y harán languidecer al universo por mi culpa.
Somos muchos los Sísifos sueltos y hay piedras para todos. Hace más de dos décadas escribí un relato (donde estará, en algún perido cuaderno o peor, perdido en un diskette de esos chatos negros y grandes!). Se llamaba los Sísifos del mundo, o Los Sísifos (mal lo mío con los títulos, ya se); pero había uno al que, finalmente la habían quitado la maldición pero seguía subiendo con las manos atrás, arrastrando una piedra imaginaria cuesta arriba, por toda la eternidad. La piedra, siempre, es la que cargamos en el alma.