Enojada por vivir de una manera que me hace mal. Enojada por faltarme el respeto. Por ser cruel con la persona que me ha acompañado y me acompañará hasta el último día de mi vida: yo. Enojada por mi propia omnipotencia, por mi falta de humildad, por no poder inclinar la cabeza y permitir los movimientos del alma y los tableros. Enojada por la resistencia necia a aceptar la ayuda de mis padres. Por haber perdido todo placer en el juego de la vida: anhedonia, supongo que sería el término. Enojada por no haber publicado en el blog un larguísimo post que quedó manuscrito en mi cuaderno, “Exorcismos”; post odioso porque en realidad trataba sobre cómo -una vez más, igual que antes de mi fugaz reconexión con el Animus- se me fue demorando el escribir, desde la casi muerte de mi padre y el elogio a la garra charrúa, hasta que ya no tuvo sentido hacerlo porque en vez de materia viva eran mariposas pinchadas. Tampoco publiqué ese otro post guardado manuscrito acerca del primer taller de sueños, lindo, que tuvimos hace poco: uno más que se pasó de cocción, como el arroz. Enojada porque, por si fuera poco, también se pasó el tiempo interno de escribir un tercer post no publicado, esta vez sobre el homenaje a Levrero el lunes pasado, precioso, noche de paraguas previo a un pertinaz temporal de Santa Rosa (paraguas que ahora necesito para sobrevivir las tempestades, internas y externas, en una casa que gotea por todos lados, como su dueña). No quiero escribir como quien informa, en tono periodístico; soy una cronista de mis asuntos, no puedo llenar esto de retazos de agendas o de ideas. Enojada porque el incendio del caño de la chimenea reventó la pared de mi altillo y cayeron muchos pedazos al suelo, por lo que ahora cuando llueve se inunda y sigue desprendiéndose revoque sobre el piso de madera, cada vez más estropeado. Enojada por la vida de palanganas y goteras, triste, tristísima porque sé que el altillo me refleja, así como simboliza mi relación con la escritura. La tierra devastada está de nuevo aquí. La sanación del rey tullido que no llega. La esperanza del Grial, perdida una vez más entre las hojas de la supervivencia y las batallas cotidianas.
Enojada, enojadísima sencillamente por no escribir, por faltarme el respeto, por no saber cuándo parar de dar ni cómo hacerlo, o cómo seguir dando pero sin que eso me consuma. Enojadísima por echarme en cara no dar con la medida -mi propia medida delirante, autoexigente y perfeccionista al extremo-, por correr siempre de atrás por más que me esfuerce, y para colmos sentir culpa al no poder ser tan eficiente como solía. Enojada, descontenta conmigo simplemente por ese no poder, por no llegar a los estándares inhumanos que quiero cumplir, o que creo que debería cumplir para tener derecho a estar viva, a que me quieran, a que me valoren. Enojada por pasar noches sin dormir preparando, terminando, cumpliendo, mejorando, y más enojada conmigo cuando quienes no saben que dejé hasta la última gota de sangre en el proceso me reclaman más, más, y eso me afecta a mí, me genera más culpa, en vez de darme cuenta de que se trata de un problema de voracidad y lactancia ajena. Enojada por no convencerme, en el fondo, de que lo único que tendría que hacer es estar ahí, respirar, ser, disfrutar de las horas que tengo, hacer lo que pueda, respaldarme. Sí, sí, enojada. Por las erratas, lo mal escrito, la falta de ángel. Y mojada, toda la casa mojada, la claraboya quebrada por un cepillo misterioso; herida, vulnerable. Y el viento que la golpea amenazador en cada temporal. Y el altillo con su humedad corrosiva, dolorosa. Y la estufa a leña resentida conmigo, el agua que se desborda por la pared chorreando mis cuadros, la lluvia que no cesa, el sol que no sale. Y yo, enojada, furiosa, luchando internamente para convencerme de que tengo derecho, por ejemplo, a ir esta noche al cine, derecho a dejar de preocuparme por un rato, y que esa gran reivindicación no es motivo alguno para lágrimas. Pero sobre todo y antes que nada, enojada por no escribir, por no ser, por postergarme una y otra vez hasta el día de mi muerte.
El Cielo es el lugar donde yo no soy tan estúpida y me siento libre, donde escribo olvidándome del mundo, como hacía antes, como hacía cuando cantaba, cuando leía, cuando disfrutaba de la amistad, cuando me permitia sentarme en una iglesia mexicana a estar con Dios o sus sustitutos inasibles, cuando llenaba mi diario e inauguraba otro y otro, cuando registraba mis sueños en hermosas libretas, cuando creía que también yo merezco espacio para desplegarme, merezco espacio del alma, y que las cosas no solo se tratan de luchar por la supervivencia mostrando(me) cuánto me esfuerzo. Es el lugar donde no hay expectativas, ni propias ni ajenas, y donde el ocio y la creatividad y la fiesta y el arte valen por sí mismos, porque no ocupan el lugar de las urgencias o la necesidad agobiante de resultados prácticos. Aliento del Cielo: olvidarme del mundo mientras practico esos saludables derechos humanos para que una vocación no se coma a la otra, para poder recargarme a mí misma en vez de drenarme a mí misma. Aceptar no poder, aceptar que se precisa ayuda, admitir haber tocado el fondo de las fuerzas propias, buscar replantear las cosas en favor de uno mismo. Es decir, tomándome en cuenta también a mí en la ecuación, así como tomo en cuenta invariablemente a todos los demás elementos.
El Cielo es el lugar donde no me castigo más, por lo que no quedan más motivos para estar enojado. El Cielo es el lugar donde se escribe, donde se es libre. Donde los altillos no sufren, no se caen a pedazos, no se inundan por la negligencia de sus dueños.
Me preocupan tus palabras…NO hace NADA bien estar TAN enojada! El cuerpo lo siente ( te lo digo por experiencia propia).CUIDATE POR FAVOR.MUCHOS NECESITAMOS QUE ESTÉS BIEN.Besote.
¡AAAAHHHH! ¡Qué grito! ¡Con qué fuerza arrastras para afuera, quieran o no, todos los pedacitos rotos que se van asentando sin permiso en la base de la existencia misma! Me sorprende la sincronicidad en la que a veces estamos: hace un mes y medio escribí mi propio grito desesperado pero no lo pude publicar y opté por enviarlo en forma de carta a mi mamá.
Gracias por tu valor, por toda la belleza que reina en tí. Tu talento inpira.
Hay ocasiones en que las palabras entran como una puñalada en el animo. Porque dicen, o mejor dicen, la vergüenza que te envuelve. Hoy fueron las tuyas.
Sí, debí poner un letrerito de advertencia: "La lectura de este texto puede contaminar el bienestar del ánimo, en caso de que esté alegre, y precipitar en el sin sentido, en caso de que tenga pasto fértil para ello: ¡CUIDADO!"
De todos modos, aunque es obvio que estar tan enojados no hace bien, lo peor de estar enojados es no tener conciencia de ello, no expresarlo. Creo que al huracán se le roba parte de su poder poniéndolo afuera, mirándolo, reconociéndolo.
En esas estoy: en mi propia recuperación a varios flancos. Gracias a los tres por pasar a pesar de las tormentas!
G.
Para nada de acuerdo. Enojarse hace bien. Enojarse sacude. El enojo es el revés del conformismo, de la autocomplacencia, la melancolía estéril y TAMBIÉN es una puesta de límites a la autoexigencia desmesurada y la autoflagelación, "pará un poquito, bo, que a esta mujer la defiendo yo": enojarse es rebelarse y poner en vereda a esa parte de una misma que tiraniza a la otra. Bien por este post, bello aunque encendido.
Encendido cual caño de chimenea…
Gracias, sí: es otra forma de mirarlo, una parte guerrera, enojada, que intenta defender a la otra, a la que no sabe hacerlo.
Alguien en Twitter dijo que el texto, si bien muy intenso, le había gustado mucho, que hasta se podría decir que tengo muy buen estilo para enojarme 🙂
Reconozco la poesía aunque se manifieste en prosa. Yo se que el momento mágico del "enojo" del "descubriemiento del misterio" y del "toque del arrobamiento" pasan y ya no es posible crear en forma espontanea cuando pasan. Sin embargo, es posible recoger los pedacitos, las vibraciones de entonces y ponerlas en verso. Estaría sensacional. Las espero desde cualquier café. Yo pago.
Tu Papá
Sí, "los pedacitos mágicos"….!
Gracias, mil gracias por este texto tan liberador, tan bello!!!
Me conmovió y me identificó hasta el alma. Aunque no te conozco personalmente, aunque te leo geográficamente desde "lejos", en el momento en que terminé de leerte, te hubiera dado un abrazo.
Está bueno SENTIR, lo que sea, pero SENTIR. A mí me costó un largo recorrido conectarme con mis broncas, con la herida abierta y esa sangre invisible que te desborda, que te golpea hasta dejarte muda, ciega, sorda, cuando ya no podés más; me costó dejarme arremolinar por las tormentas sin tener miedo a perder totalmente el control y luego manifestarlas como fuere, a las patadas, a los gritos, escribiendo o bailando, pero sacándolas para afuera de alguna manera para no enfermarme de los nervios, porque ese es el problema para mí de reprimir la rabia, antes creía que podía encubrirla o maquillarla sin salir perjudicada, pero al final ésta me carcomió por dentro durante mucho tiempo; en cambio, en el momento en que me animé a liberarla, empecé a sanar viejas y profundas heridas, y ahora, cada vez que lo logro, una bocanada de viento entra a mis pulmones y me despeina, siento cómo me late el cuore, cómo se me alborota la sangre, y creo que todo esto es parte de estar vivo.
Después de la tormenta,
los remansos son mucho más disfrutables, plenos, y es hermoso ver cómo el sol vuelve a sacar cabeza.
Gracias, Alejandra: tu comentario me hace bien, hasta me alegra, porque cuando uno escribe estas cosas siente un poco que envenena, que una nube negrísima va cayendo sobre el que lo lee, y te entra una especie de pudor, de miedo de dañar. Pero los que han sentido igual y no lo niegan en general se sienten liberados. Como si verlo en otro le diera a uno permiso de aceptarlo en uno.
Yo he pasado por tu blog, lo agregué a los que sigo. Iré un día de estos, pronto, a ver eso nuevo que escribiste. Abrazo.
Gabriela
Sorjuana, cuando puedas y quieras, pasáte a visitarme por la lupa del viajero.
Acabo de escribir algo que me provocó leerte hasta lo más hondo.
Gracias por inspirarme y espero llegarte del mismo modo.
Un abrazo, Ale
De nada. Me alegra que mi comentario te haya hecho bien.
Me identifico con esa especie de pudor o miedo de dañar a la hora de expresarme libremente. El tema es que uno se expresa, es como es, y no podemos saber de antemano lo que vamos a provocar en los otros; no somos dioses. Tampoco podemos hacernos cargo de todo el mundo y sus sentimientos… no? Creo que mi responsabilidad es ser honesta y hacerme cargo de mis propios sentimientos. A veces alguien, con las mejores intenciones, me genera sentimientos encontrados, molestos o dolorosos, y bueno, en esos casos, tengo que ver que hacer con esos sentimientos…
Otro abrazo y hasta pronto, Ale