Obsesiva. Capaz de detectar una errata a los dos segundos de que la vista hace foco. Desconfiada pero salgo herida por mi ingenuidad. Paranoica pero vibro en comunión con los desconocidos. Brutalmente franca pero me engaño a mí misma. Narcisista negativa. Club de Groucho Marx. Síndrome de Estocolmo.
“O te transformas o te destruyo”, dice el leitmotiv de mis planetas. Y yo, por supuesto, siempre me transformo. Porque, además de la sombría pulsión autodestructiva, llevo también en mí una luminosa pulsión de supervivencia. “Sólo lo que es realmente uno mismo tiene el poder de sanar.”[1] Sí, genero pieles nuevas de las pieles muertas. Soy una Ave Fénix nata.
Lo había olvidado: contradictoria. “Do I contradict myself? Very well, I contradict myself. (I am large, I contain multitudes)”[2]. Extremista. Desconforme. Demasiado compasiva con el dolor ajeno. Empática. (Enfática). Burlada constantemente por el obstáculo saturnino, aunque siempre termino saliendo a flote. Lo haré hasta que me hunda. “Me hundiré con mis banderas flameando”[3].
Casandra de mí misma. Casi vidente arropada sin remedio por súbitas intuiciones que a menudo desoigo. Toda una responsabilidad, oír, ver. Terrorista del autoconocimiento. Kamikaze del conocimiento ajeno. Puedo mirar a los demás hasta los huesos. Un poder peligroso. Necia. Devota de Prometeo Encadenado.
Nadie le halla explicación, pero descompongo las máquinas cuando estoy alterada. En los trámites, sufro todas las excepciones, nefastas coincidencias, atrasos y errores posibles. Tampoco nadie le halla explicación. Ahora maduré: aprendí a hacerlos con tiempo en vez de quejarme. A otros todo les sale fácil: a mí no. Pobre de mí. Es injusto. Blablabla. Pero igual no me cambio por nadie.
Quiero escribir. Escribo. Esa es la clave de mí misma. Me saboteo. Quiero escribir hasta que muera.
Amo a dos países por distintas razones. Bígama. Ahora maduré: aprendí que es cosa mía, que no tengo que comprobar nada, tomar o dejar nacionalidades ni rendirle cuentas a nadie. Es cierto que en un partido de futbol el corazón se me va con Uruguay. Pero no es menos cierto que, si me emborracho, canto rancheras y no tangos.
(Qué buena cosa, la madurez.)
Tengo un hijo. Eso es milagroso. Desde niña dejé bien claro que nunca sería madre. No jugaba a las muñecas y jamás lo haría.
También al padre de mi hijo le dejé bien claro que nunca sería madre. Pero lo fui. Bendito Astor: el “sí para siempre” (bendito padre de mi hijo). Como dije antes, soy contradictoria. Gracias a Dios, gracias al Diablo.
Y quiero escribir. Escribo. Esa es la clave de mí misma. Me saboteo. Voy a escribir hasta que muera.
Precioso. Autorretrato "con el sol de las cuatro de la tarde", pero junto a una piscina y con un margarita. No dejes de escribir que se hunde el barco y Ulises no llega nunca
=)
Son deberes del seminario en línea de autobiografía, je je… No dejaré de escribir: me hundiré con mis banderas flameando 🙂
buscando a Mario Levreo, todavía con la ilusión de encontrarlo guiñándome un ojo desde algunas de las páginas que me tira google, con retazos de su vida,dí con vos. Sí ya sé que falleció y me da mucha pena, aunque no lo conocí, pero estoy leyendo La novela luminosa, y es como si lo viera escribiendo, relatando lo que hace durante el día casi noche. Cuando se va a dormir, ya no lo veo.
Breve introducción, para que tengas un origen de mi visita y sepas que lo que he leído me ha gustado, tiene fuerza, es estimulante.
Ya anduve por las páginas de los talleres virtuales, el tuyo y el de M.L. El de Caperucita feroz, me resulta muy interesante, ojalá lo pueda hacer en algún momento.
Saludos con mate en puerta, desde una Alta Gracia, gris y fría. Me faltan las tortas fritas.
Un gustazo !!
Una eterna creadora de si misma… impresionante.
Y grandioso el echo de que hayas apartado tiempo espacio para traspasar de ti a ese nuevo ser, Astor.
Una palabra… creadora.