Podría escribir sobre la noche de ayer, el tradicional tributo en Espacio Guambia 
de tantos músicos, amigos y seguidores/cultores/gustadores del Darno en su quinto 
cumpleaños sin cumplir. Podría hablar de los encuentros bienvenidos y los desencuentros 
suspendidos, todo gracias a su invisible presencia. Podría hablar de un hada negra 
que lloró en mi hombro, literalmente, o de todas las veces que lloré yo misma; también 
de las que sonreí, y de todo lo brindado a su salud, y de todo lo brindado, sin más, 
de ida y vuelta; de ciertas hermosas intervenciones musicales, de algunos chispazos 
graciosos (de humor y de gracia), de la perfecta narración de Ferradás sobre esos momentos
únicos y efímeros que, sin embargo, le dan sentido a la vida entera, para atrás y para adelante. 
Pero mucha gente que estaba presente podría contarlo también, y seguro mejor que yo. Quizás 
es que, en el fondo, no tengo ganas de contarlo para no gastarlo, para no perderlo. O será que 
ya tenía esto escrito desde bastante antes, y no pretendía ser homenaje alguno. Solo un capítulo 
más, uno de tantos, del electrocardiograma del duelo. Del mío. 
El Darno que se aparece en una tarde de domingo sin mayor aviso. Nada más.   

 *** 
The friend you used to be, so near and dear to me
You slipped so far away, where did we go astray
I passed the old school yard, admitting life is hard
Without you near me
 (canción de Bob Dylan)
 
Hace como un mes prendí la radio para acompañarme mientras cocinaba; al arrastrar el dial 
por las estaciones más habituales, escuché de refilón la conocida voz del Pepe Mujica en su 
programa. Dudé un momento; iba a seguir rumbo a Babel, pero me dije: "A ver qué está 
diciendo ahora. Démosle una oportunidad, qué sé yo...", y me quedé en la estación 
(como tantas veces, a menos que la murga me espante rumbo a otros destinos musicales). 
Al ratito, para mi sorpresa, empezó todo un espacio dedicado al Darno; jamás se anunció 
como tal, no se pronunció ningún discurso ni se dio explicación sobre el motivo; tampoco se 
cumplía ningún aniversario de nada. Pero las canciones se sucedían, intercaladas con algunos 
poemas recitados en su estilo sublime, y la voz de un locutor que decía de tanto en tanto
"Eduardo Darnauchans", como si se tratara de una marca. 
 
Escuchar música por la radio hace que prestemos una atención mucho más aguda, 
que pongamos el alma en un canal más receptivo que cuando se escucha un disco. Supongo
que tiene que ver con la maravilla de lo azaroso, de lo que no tiene la posibilidad de ser 
repetido a voluntad: lo efímero, lo que no puede controlarse, lo que se encuentra inesperadamente
como si el destino lo pusiera alli enfrente a modo de mensaje. Por eso, cuando una canción
se trasmite desde la radio uno la redescubre, la recibe con una emoción más pura. Así me pasó
con el; quedé una vez más embelesada con la belleza de su voz, incluso a pesar de ese siseo 
de los últimos tiempos que siempre me recuerda a Sean Connery. Y cantó una de las más 
radiantes canciones de amor que deben existir -o eso me pareció en aquel momento de trance 
de FM-; una que habla del cuerpo y el rostro de la amada como territorio simbólico, mítico, 
existencial; incluso su nombre alcanza ribetes exquisitos. Que haya sido ese vínculo-bisagra 
lo que los terminó llevando a ambos a la muerte con dos semanas de diferencia es lo de menos: 
la muerte que se filtró entre las grietas no cambia para nada la luminosidad de semejante amor. 
La geografía del cuerpo de la amada fue, hasta cierto momento, su redención. Y hay quienes 
precisan de redenciones. 

El Prisionero De La Parada Dos by Eduardo Darnauchans on Grooveshark

Claro: la muerte se filtró entre las grietas porque la muerte siempre estuvo. Parece que a los
amigos del Darno nos gusta, en el fondo, pensar que Patricia se lo llevó a la tumba. No sólo por
lo obvio, por la desgarradora pena que sufrió al perderla (por algo el corazón se le detuvo, se negó
a seguir solo), sino porque habían sucumbido a un circuito vicioso, porque aquello era un suicidio
asistido, porque uno se desbarrancaba agarrándose del tobillo del otro para frenar su caída. 
Ella, rota/él, casi descosido/, leyó Horacio Cavallo en el bellísimo homenaje hace unos años
en el bar San Lorenzo. Quizás lo que le reprochamos inconscientemente es no haber sido su 
cuerda salvadora. Pero la verdad de las cosas es que Patricia fue tierra firme al principio, 
expeditiva, de celular en mano frente al mundo, gestionándolo todo para él; al menos así lo 
recuerdo. Hay que honrar eso. Es decir, creo que las cosas fueron exactamente al revés 
que como nos gustaría creer. Pero qué caso tiene ya. 
 

deme su amor de olvidarle/ y la pasión de su adiós/
 

El Darno le hablaba en segunda persona a la muerte, a su muerte. De adolescente, yo le 
componía canciones a Dios en segunda persona también; en ellas le reprochaba no existir, 
no dejarme llegar hasta él/ello. Pero el Darno le hablaba de usted; no de vos o de tú. Su máximo 
respeto, sus homenajes y su extrema vigilancia no evitaron que se lo llevara apenas pasado 
el medio siglo. Se resistía a ser cándido, a entregarse a la vida, desprevenido y luminoso, 
pero nada de esto lo eximió de su mortalidad. Debería servirme de aprendizaje. 
 

la miro por los espejos/la miro/ me mira/ me mira y calla/
 

"Todos nos vamos a morir... ¿para qué apurarnos?", dijo uno de los coordinadores del taller de
constelaciones familiares en el que había participado algunos días antes. Es cierto. Lo que pasa 
es que vigilar a la muerte, propia y ajena, es a full time job. No un hobbie, no un asunto para 
amateurs, no una eventualidad espontánea. Si uno se relaja, la muerte se regocija en esa 
inocencia servida en bandeja, en el golpe inesperado y el consiguiente desparramo de tableros. 
 
espere/ espere/ y espere siempre/
 
A la salida del taller de constelaciones, una mujer realmente desequilibrada me interceptó aparte
de la vista de todos; su mirada de loca se prendió a mis hinchados ojos desde dos ganchos 
de parásito; iba escudriñando mis escondites mientras buscaba cómo succionar mi fuerza vital, 
mi alma; me agarraba los brazos con sus manos y no me dejaba -no me hubiera dejado- zafarme. 
"Te admiro porque saliste. Lo mío es más leve, claro, pero rezo, rezo para que se termine". 
No iba a discutir su juicio, por cierto. "Se sale, se sale", le aseguré. Después abrí sus manos 
amorosamente, sus garras, y me aparté. 

qué es lo que me queda por perder/ dices hamacándote/

Pobre Darno. Gracias, Darno. ¿A quién le importan las parcelitas del ego y el poder humano
(más patético aún porque se trata solo de una pequeña aldea, como la villa de Astérix) 
cuando se viene de estas honduras? ¿El top ranking, los reconocimientos, el ser malentendido, 
las camarillas, la exclusión, la popularidad, la fama? ¿Qué le importaban todas estas cosas al 
Dante cuando volvió a ver la luz? 
 
sentado/ estás sentado/ desertor de la vida y el mundo/ 

Felices los que te conocimos, inmortal por otras vías. Nada más. 


Expo Baltar/Cunha: Darno y Lennon en "La Lupa Libros" (todo noviembre, 2011)
Charla de Silvia Sabaj (21 de noviembre, 2011)
Homenaje al Darno (tributo de músicos y amigos/ 15 de noviembre, 2011)
Homenaje en "La Lupa Libros": música (18 de noviembre, 2011)