Otra muerte emblemática para agregar a mi colección. Al menos ahora tengo el alivio de vivir sólo la pérdida del ícono, del símbolo, del maestro invisible, no de la persona real. Algo que muchas veces se confunde desde la intimidad que se genera entre un poema, un texto, una canción y quien los recibe: los amigos, la familia, quienes trataron cara a cara a ese artista “propiedad de todos” viven las cosas distinto, porque la pérdida del ícono queda ensombrecida y aplastada por la pérdida del amigo o del familiar. Pero uno de afuera, abrumado por perder a sus maestros y juglares simbólicos, a veces cree que es lo mismo. La vi durante un curso de Paco Espínola que hice en la Facultad de Humanidades cuando tenía veinte años; le pedí para asistir de oyente, ya que yo cursaba Filosofía y no Letras. Paco Espínola no me interesaba en particular: sólo la quería a ella, estar cerca de mi poeta favorita (¿qué debo decir: “favorito”? ella era la que más me gustaba, entre hombres y mujeres poetas), recibir alguna onda sutil de la piedra en el charco de su fuerza, algún reflejo de su fiera pasión por la vida (no nos equivoquemos como con el Darno: la muerte duele mucho cuando uno quiere vivir), de su negra intensidad venenosa. Sin embargo, sólo encontré una triste, frágil y pequeña mujercita que podía haber sido cualquiera.

Sí, lloré en silencio hoy cuando leí que murió Idea Vilariño. Podría ir a su velorio -como no pude ir al de Mario- pero no lo haré, no es importante, en este caso. Era un milagro que siguiera viva todavía, casi a los 90 (esa es la prueba de que el pesimismo y la amargura no son necesariamente malos para la salud, y en su caso tampoco lo eran para la salud de los otros), y estaba internada, así que no fue ninguna sorpresa. Pero, bueno, el mundo queda más solo y uno duda, un poco huérfano, de sus propias percepciones. Es una bendición que lo que se escribe permanezca, no dependa de cuerpos, corazones, presencias físicas.

Gracias, maestra, reflejo, gran mujer dolida. Al fin empezarás a descansar, valiente guerrera. Aguantaste hasta el final. Morirse de dolor a los veintipico en medio del esplendor, la belleza, la vida a manos llenas, eso -la verdad- lo puede hacer cualquiera.


Trabajar para la muerte

El sol el sol su lumbre
su afectuoso cuidado

su coraje su gracia su olor caliente

su alto

en la mitad del día

cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo

tambaleándose y de oro

como un borracho puro.

Días de días noches temporadas
para vivir así para morirse
por favor por favor
mano tendida

lágrimas y limosnas
y ayudas y favores
y lástimas y dádivas.

Los muertos tironeando del corazón.
La vida rechazando

dándoles fuerte con el pie

dándoles duro.

Todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano

todo desvencijado impuro y a pedazos

definitivamente fenecido

esperando ya qué

días de días.

Y el sol el sol
su vuelo

su celeste desidia

su quehacer de amante de ocioso

su pasión

su amor inacabable

su mirada amarilla

cayendo y anegándose por lo puro del cielo
como un borracho ardiente
como un muerto encendido

como un loco cegado en la mitad del día.

Si muriera esta noche

Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera

si este coito feroz

interminable

peleado y sin clemencia

abrazo sin piedad

beso sin tregua

alcanzara su colmo y se aflojara

si ahora mismo

si ahora

entornando los ojos me muriera

sintiera que ya está
que ya el afán cesó

y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas

y el dolor de los otros y el amor y vivir

y todo ya no fuera un haz de espadas

y acabara conmigo

para mí

para siempre

y que ya no doliera

y que ya no doliera.

Quiero morir

Quiero morir. No quiero oír ya más campanas.
La noche se deshace, el silencio se agrieta.
Si ahora un coro sombrío en un bajo imposible,
si un órgano imposible descendiera hasta donde.

Quiero morir, y entonces me grita estás muriendo,
quiero cerrar los ojos porque estoy tan cansada.

Si no hay una mirada ni un don que me sostengan,
si se vuelven, si toman, qué espero de la noche.

Quiero morir ahora que se hielan las flores,
que en vano se fatigan las calladas estrellas,

que el reloj detenido no atormenta el silencio.

Quiero morir.

No muero. No me muero. Tal vez
tantos, tantos derrumbes, tantas muertes, tal vez,
tanto olvido, rechazos,

tantos dioses que huyeron con palabras queridas

no me dejan morir definitivamente.


Poema número 19

Quiero morir. No quiero
Oír ya más campanas.

Campanas -qué metáfora-
o cantos de sirena
o cuentos de hadas
cuentos del tío -vamos.

Simplemente no quiero
no quiero oír más campanas.

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(El título del post pertenece a una carta que Juan Ramón Jimenez escribiera a Idea Vilariño)