¿Cómo es posible que las terminales de autobuses de la Ciudad de México -hablo de mi modestísima experiencia en viajes, pero si sumo los kilómetros de ida y vuelta entre mis dos países doy la vuelta al mundo, además del largo tiempo transcurrido en cada uno de ellos- puedan manejar con bastante eficiencia miles y miles de pasajeros diarios, y en cambio la “talla 0” terminal Tres Cruces de Montevideo se vea desbordada por un eructo de verano?

La pregunta se vuelve acuciante, filosa y llena de fastidio -como estoy ahora, en el ómnibus rumbo a Solís luego de mil y una peripecias dignas del Principio de Peter, la Ley de Murphy y el Primer Manifiesto del Subdesarrollo (“Incompetentes del mundo… ¡uníos!”)- ante algunos hechos contundentes:

1) Tanto México como Uruguay son países del Tercer Mundo: no estoy haciendo la zancadilla infantil de comparar con Europa o EE.UU.

2) Los veranos se repiten cada año: no son una catástrofe inesperada que azote a un país desorganizándolo súbitamente. Las hordas estivales en la terminal de autobuses pueden preverse con tiempo, planificación y sentido de la eficiencia (sobre todo del servicio, algo difícil de encontrar aquí) (también es difícil de encontrar una oficina de Defensa del Consumidor o un abogado presto a poner una demanda). Tengo la impresión de que poner sin aviso previo un letrero de “Caja cerrada” cuando hay veinte o más personas en esa fila, no tener previsto a qué andén llega cada autobus ni a quién puede consultárselo ni quién lo asigna ni por dónde puede desplazarse tanta gente para ir y venir como títere mal informado, de un extremo de la terminal al otro, no una sino varias veces, mientras cruza un mar de gente propio de la estación Metro La Raza del mentado DF (y aún ahí era más organizado: descontando las horas picos, atroces, y la monstruosidad misma de la escala, por el metro de dicha ciudad pasan por día 6 millones de personas, y aún así, básicamente, los ríos de gente van por su cauce, hay represas y exclusas, lagos y, bueno, canaletas estrechas, pero también señalización, cronómetro, velocidad), sufriendo la mochila ajena en el ojo -fina imagen ¿eh?-, tengo la impresión de que terminar tomando el ómnibus de las 19.15 hrs a las 19.45 o que haya que llevar a los pasajeros del “Coche 4” en el “Coche 1” porque dicho “Coche 4” los dejó plantados en la parada y siguió de largo, tengo la impresión de que todo eso no colabora con la seriedad de los servicios turísticos uruguayos. Menos mal que sólo tuve que tomarme un taxi desde mi casa para contemplar (¡y participar de, iupi!) este caótico espectáculo vergonzoso: si hubiera venido a veranear desde otro país, me corto las venas.

3) Si en vez de una terminal de ómnibus fuera un aeropuerto, los aviones colapsarían en el aire: ¡qué alivio! Para tragedias, todavía tenemos a Bush, más la franja de Gaza, asiduos terremotos, huracanes y todo el catálogo, no precisamos esforzarnos en generar adicionales.

4) En la ciudad de México hay cuatro terminales de salida, según la dirección en la que se viaje, y por cierto la mayoría están bastante alejadas de la zona urbana central, no enclavadas en su epicentro. Bah, doy fe de que era así: el DF crece tan rápido que puede que ya se las haya tragado; cuando yo era niña, el aeropuerto quedaba en las afueras, y cuando volví hace diez años vivía en la colonia Narvarte y parecía que los aviones se metían en mi dormitorio…

5) Desde que pisamos la terminal, nos llevó 4 horas llegar a este balneario que está a… 80 kms de Montevideo! Lo escribo y me da vergüenza ajena (y propia, como connacional). El anfitrión, extranjero, claro, nos dijo: “Bueno… ¡pues bienvenidos a Artigas!”. A esas alturas ya tendríamos que haber llegado a la frontera del país.

6) Ya estoy esperando el paro, la huelga, la manifestación por aumentos dignos de salario, la movilización gremial, etc. de los eficientes empleados de Tres Cruces, sus líneas de ómnibus… auch!!! “Uruguay: país de servicios”. Servicios sanitarios, será. Turistas del mundo, no vengan en verano hasta que esta gente salga del Jardín de Infantes. You don´t deserve this, really.

Por suerte, luego de la tortura aquí está hermoso, nos tratan maravillosamente, Astor juega en la piscina, tenemos resaca por el “4 X 4” de anoche (cuatro botellas de vino entre cuatro comensales pernoctadores, no hubo tango), todo está lleno de hamacas y, por si fuera poco, terminé pasando mis apuntes de carretera en laptop inalámbrica rodeada de jardín. El sol, la sombra, la comida, la buena música: después de la batalla, el paraíso. Al menos, ese es el argumento que promueven todas las guerras santas del mundo…