Tocaron el timbre y ahí estaba mi amiga M. del 4 E del Colegio Madrid, con los mismos ojos celestes de aquella cara joven de ángel botticeliano. Ella: con mole, Maseca y obleas; yo: con Tannat, ricotta con chipotles y empanadas. No nos veíamos desde el año 81 u 82 del siglo pasado (¡gracias, FB, telaraña contemporánea, tan pegajosa y llena de promesas cual hilos invisibles, casa de las arañas que inspiran a los escritores, madeja de redes en este mundo solitario!). Casada con uruguayo: ¿qué haría por aquí, de otra manera, casi en el otro extremo del continente, de Monterrey a Montevideo y viceversa? Madre con carácter, buena cocinera con proyectos, autoadoptada montevideana y mercedina, aquella muchachita tímida que parecía no tener mayor conciencia de su belleza física (había en ella algo demasiado etéreo, quizás aquella energía tan light no llamaba la atención de los hombres tanto como se hubiera merecido)… ¡resulta que se me ha convertido con los años en “La Doña”! Me he divertido al verla tan cambiada, desenvuelta, con el ceño fruncido al hacer aquellos cuentos donde sus chicharrones truenan, y para nada extrañaría encontrar una escopeta o un sopapo bien plantado. Si M. hubiera sido como es hoy, con la madurez de las experiencias y ese conveniente añejado en barrica de roble, seguro hubiéramos sido mucho más amigas en aquel lejanísimo entonces de los dieciseis recién cumplidos. Hoy tenemos, además, la ventaja de haber entrelazados nuestras historias de pareja y de hijos cada una con el país de la otra.

El shock de la noche vino cuando me entregó un cuaderno forrado con plástico, las hojas a punto de desprenderse y papelitos con amarillentas cintas adhesivas que prescribían cuando eran abiertos. “¿Qué es esto?”, le dije. Ella me aclaró, triunfante ante mi -inusual- falta de memoria: “¡Nuestro chismógrafo!”.

Fue un experimento conjunto terminado el 1 de febrero de 1980, en el que sometimos a nuestros casi 45 compañeros de clase a contestar una serie de preguntas (elaboradas por nuestra dupla), y con el evidente objetivo de colaborar a que se armara un mejor ambiente en la clase, algo más cálido, con compañerismo. Es interesante cómo todos accedieron de buena gana, aunque a veces se tiraran granadas prendidas. Yo venía de un grupo maravilloso en otro colegio, me costaba llegar a este lugar donde una brecha invisible separaba a “los nuevos”, como yo, de los auténticos, tradicionales, verdaderos miembros del Colegio Madrid, que parecían ir por el mundo con un VeriSign otorgado por el mismísimo Rey Juan Carlos (dicho sea de paso, en aquel entonces el monarca era nuevo y no decía “¿Por qué no te callas?”), aunque fueran de la más pura estirpe republicana. Este colegio había sido la escuela de los niños de refugiados de la República Española en el exilio, cuyo gobierno simbólico se estableció en México; luego, recogería también a muchísimos de los hijos de refugiados del Cono Sur, lo que completó ese extraño clima intelectual y contestatario. Con el tiempo, yo también me convertí en miembro VeriSign de la elite que pertenecía al lugar, miembro de esa especie de secta Alpha-Rho-Sigma-o-Qué-Sé-Yo que es este colegio allá en México; de sus salones y pasillos surgieron montones de figuras públicas destacadas en el cine, TV, música, literatura, investigación et al por aquellas tierras, y la cosa parece funcionar como entre camaradas de la Guerra de Vietnam: primero, uno se reconoce o identifica como Veterano, o sea como miembro del Glorioso Colegio. El proceso se catapulta en este primer reconocimiento entre cofrades a partir de escrutadoras miradas y sonrisas cómplices de “sólo nosotros sabemos lo que eso significa”; después se le pregunta por el batallón, división o similar (es decir, a qué generación pertenece)(nótese que no digo “perteneció”), y acto seguido se prefiere, adopta, contrata o elige a esa persona por encima de casi cualquier otra, aún sin conocerla demasiado (nuestros profesores, por ejemplo, eran casi todos ex-alumnos del Madrid). Es un Rotary Club de la ciencia, arte y cultura mexicana, un tatuaje indeleble, un aleatorio título honoris causa, un dolor de hígado para maridos y esposas que no ostentan el privilegio. Pero para los que estamos adentro -quizás gracias a la elucubración calculadora de chismógrafos en el momento justo, guitarras y canciones en los pasillos cada jueves o similares procedimientos seductores- es maravilloso, pa´que miento! Supongo que todo aquello debe haber cambiado mucho en los últimos tiempos: no sólo me han contado que la orientación del colegio es muy distinta que la de entonces, que era muy crítica y alentadora de lo creativo, sino que en su web ni siquiera se hace mención de su historia (casi 70 años) y sus explícitos orígenes republicanos. Eso debe espantar a los promitentes padres de esta nueva era (bueno, quizás no a todos). Como sea, parece que hubieran barrido todo su pasado revoltoso de un plumazo… “¿El Madrid? ¡Pero…está lleno de drogadictos!”

Mi amiga se fue casi a las 3 AM (27 ó 28 años no se cuentan en una hora). Yo estuve leyendo cada línea del chismógrafo hasta las 4.30 AM, reconociendo nombres que tenía totalmente borrados en la mente, tratando de figurarme quién era aquel profesor que todos odiaban y llamaban “Ponch”, riéndome sin parar por las ocurrencias ajenas, disfrutando de mi propia coherencia existencial y la de otros amigos (eso sólo se ve con las décadas), añorando a mi amado profesor César Bárzana de física y química a quien todos marcaban como su favorito (un Maestro mismo, capaz de inspirar a cualquiera, que se suicidó a los 32 años justo un tiempo antes de partir con una beca a Canadá: aquella noche se despidió de los padres, se vistió con su mejor traje que seguro contrastaría con su pelo tipo afro alborotado, puso música clásica y se envenenó antes de acostarse a dormir el último sueño). Y seguí leyendo adolescentes respuestas a adolescentes preguntas sobre el conflicto iraní o el candidato Kennedy en Estados Unidos (que ahora no tengo idea de quién es). Y desfilaban y desfilaban personajes, compañeros que últimamente han aparecido con el grupo de Facebook y a quienes creí que no conocía siquiera pero estaban en mi grupo, “mejores amigos” de aquel momento que no puedo recordar del todo. En realidad, mi gran zambullida en la amistad y lo que significó ese colegio vino durante el último año de la Prepa; mis mejores memorias, mis placeres fraternales, mi entusiasmo juvenil son en gran parte de entonces. Pero fue fascinante meterme en este viaje tan extraño de Cuarto Año(para nosotros, primer año de Preparatoria), lleno de polvo, telarañas y túneles oscuros. Por cierto, luego de que M. lo guardó durante 28 años, sentí que el chismógrafo empezaba a desintegrarse con mi atrevida lectura como si hubiera profanado la tumba de Tutankamon: caían los pedacitos, se desprendían las hojas, se desbarataba la portada, y quizás alguna bacteria milenaria esté ahora alojada para siempre en mis pulmones. Pero la tinta sigue firme, y eso es lo único que importa, SIEMPRE. ¡Cómo nos reiremos en el grupo Generación 82 cuando vaya largando con el tiempo algunas de las frases célebres que figuran aquí, o las puteadas entre compañeros, o los comentarios más cómicos! Dicho documento incunable merecería ser escaneado, hoja a hoja.

Hoy en Montevideo habrá un gran acto del Frente Amplio, un aniversario también de décadas. Esa es la explicación que me da G. cuando pregunto por qué de pronto en la radio están pasando la Internacional Socialista y las canciones de la Guerra Civil Española, como si se tratase del soundtrack de mi vida. El sentido común no me engaña, yo sé lo que está sucediendo realmente. Es que los hados de la memoria han sido convocados y casi siempre cantan cuando eso sucede.

Más:

“Memorabilia” del Colegio Madrid

Página oficial del colegio

Asociación de descendientes del exilio español

Generación 82 en FB

Lista de correos de Generación 82 (cerca de 100 miembros ya!)

El Madrid en FB (más de 500 sectarios del Alpha-Rho-Sigma-o-Qué-Sé-Yo mexicano)