…y llorar en lugares como capillas del siglo XVII no ayuda, porque al sufrimiento que se adivina por detrás de las lágrimas mismas -sinuoso y escurridizo, como una diosa desnuda que se baña entre las caídas de agua de una catarata- se le suma, pesada como una cruz, la desmesurada resonancia de los sollozos contenidos, magnificados por un silencio casi sobrenatural, si no fuera por algunos pájaros en el atrio y el rasgar perseverante de esta lapicera…